Diario de Rivas continúa con este segundo y último capítulo la serie de reportajes con los que pretende recuperar para el público la historia de los extintos pueblos de Vaciamadrid y Rivas de Jarama, a través de los escasos restos materiales que se han conservado y de la memoria de sus últimos moradores.
La última memoria de los pueblos olvidados (I): Vaciamadrid, el Real Sitio que fue y dejó de ser
Rivas de Jarama fue una población perfectamente consolidada en todos los mapas desde época andalusí en lo alto de los cortados que dominaban toda la vega del Jarama. Si bien tuvo asentamientos carpetanos, tal y como demuestran restos cerámicos hallados por este redactor en la zona e, incluso, previos (el hermano del actual duque de Rivas ha realizado estudios arqueológicos en el ámbito, donde ha encontrado restos paleolíticos y neolíticos), los historiadores que han investigado el municipio consideran que el primer vecindario como tal se conformó con la construcción de Ripa Carpetana. Al parecer, fue un campamento romano a medio camino entre Titulcia y Complutum.
A falta de estudios arqueológicos en profundidad, la leyenda de Gracián Ramírez es la única referencia que esboza la posibilidad de que la aldea tuviera cierta continuidad hasta el siglo VIII d.C. Para entonces, siempre según esta historia, contaría con una fortaleza que es la que regía dicho caballero. Lo que sí está comprobado históricamente es que uno de los montículos, donde se han hallado restos de todas estas culturas, tuvo una pequeña fortaleza o zafra musulmana desde, como pronto, el siglo IX d.C., que arremolinaba a su alrededor numerosas casas de labor. Formaba parte de la vía que unía Mérida y Zaragoza, en la que se articuló una red de espacios defensivos. Según los estudios de la cerámica hallada en el lugar realizados por el profesor Basilio Pavón, “los dueños (…) dieron prueba de un bienestar doméstico comparable al de las alcazabas andaluzas mejor conocidas, Almería, Málaga y de la Alhambra”.
Fue conquistada en 1085 d.C., junto con el reino de Toledo, por Alfonso VI de León. Alfonso VII se lo cedió en 1137 d.C. a un caballero segoviano llamado Goscelmo, aunque pronto pasó a manos del Arzobispado de Toledo, que fue el último que lo mantuvo en buen estado. El avance conquistador de los reinos cristianos dejó sin razón de ser el castillo, que devino en ruina. La aldea y las tierras de labranza pasaron al alfoz de Madrid, circunscribiéndose en el sexmo de Vallecas. Poco tiempo después, los vecinos remitían quejas porque la propiedad de la tierra era de señores madrileños, que lo gestionaban en régimen de aparcería, lo que impedía su crecimiento demográfico y provocaba que las condiciones de vida de los lugareños fueran muy malas (viviendas de adobe e incluso moradores de cuevas).
Aguas medicinales
Las Relaciones Topográficas de Felipe II demuestran que el pueblo continuó poblado durante los siglos posteriores al declive de la fortificación. De hecho, se convirtió en mayorazgo en el año 1500 d.C. bajo la fundación del mismo por parte de Francisco Ramírez de Madrid ‘El artillero’, y su esposa Beatriz Galindo, ‘La Latina’. Su hijo menor, Ñuflo, lo convirtió en un señorío en el que su nieta, Beatriz Ramírez de Mendoza —íntima amiga de la reina Margarita de Austria y enemiga del duque de Lerma— creó en 1603, tal y como narró en su tesis doctoral la historiadora Elvira Melián, un convento de frailes mercedarios descalzos con las piedras del castillo en otro de los riscos del pueblo. El lugar se hallaba junto a una frondosa alameda negra, junto a la original ermita de Santa Cecilia, construida en 1207 d.C. El nuevo complejo revitalizó la zona, pues en su templo se instaló en 1655 d.C. una imagen del Cristo de los Afligidos que cobró fama de milagrera, por lo que se convirtió en espacio de peregrinación. La romería del Cristo de Rivas, tradición religiosa de acudir el 29 de septiembre al complejo, es todavía hoy una de las de mayor solera entre los creyentes de la Comunidad de Madrid. “Es un festejo al estilo del de la pradera de San Isidro que se pierde en el tiempo”, explica a Diario de Rivas el actual duque de Rivas, José Sáinz y Armada. Probablemente, porque la presencia de aguas medicinales hacía del ámbito un lugar de peregrinación.
Durante el siglo XVIII, el título nobiliario de Rivas fue objeto de un pleito entre los duques de Rivas y los marqueses de Ribas de Jarama. En esa centuria, el duque taló el encinar del pueblo, lo que provocó las iras del vecindario, pues perdían parte de su sustento. Los habitantes entonces vivían de un pequeño soto que facilitaba el regadío y la producción de trigo, cebada, vid y olivo, según unas consultas sobre el ámbito remitidas al cardenal Lorenzana en el siglo XVIII recogidas por el cronista Agustín Sánchez Millán. También tenía un molino harinero y hornos de cal. En ninguna referencia histórica de los distintos siglos de existencia del pueblo consultada por este periódico digital figuran datos que el vecindario excediera nunca los cincuenta habitantes.
En la zona baja del término, a finales de la centuria, se construyó sobre las ruinas del enclave de Los Negrales (su nombre podría provenir de un pinar de negrales cercano, en el que se han hallado restos incluso de la Edad del Cobre) un palacete en el que, unas décadas después, el marqués de Villamejor, instaló las cuadras de la yeguada Figueroa (parte de esas caballerizas todavía pueden contemplarse hoy día). Tenía tierras de labor y hasta una escuela para los hijos de los habitantes de la zona. Este espacio, ya en la década de 1980 se reconvirtió en un recinto para bodas, denominado Palacio de El Negralejo.
FOTOGALERÍA: Los restos del antiguo Rivas de Jarama
Casas cueva
Con la desamortización de Mendizábal, ya cumplido el primer tercio del siglo XIX, el Estado revirtió el convento de mercedarios al célebre Ángel Saavedra, III duque de Rivas, previo pleito que se extendió hasta 1863. En febrero de 1891, las obras de construcción de la nueva carretera entre Mejorada del Campo y Rivas de Jarama afectaron al convento. Los barreneros de los trabajos de construcción del desmonte para desarrollar la caja de la vía provocaron numerosas explosiones en la colina anexa al complejo, provocando daños graves en la fachada del edificio. Parte se derrumbó, la torre cayó sobre la carretera y los muertos enterrados en la iglesia quedaron a la intemperie.
La crisis de la nobleza en el siglo XIX afectó al ducado de Rivas y, con él, al pueblo, tributario fundamentalmente del convento y su actividad. Cuando llegó la Guerra Civil, dos brigadas republicanas utilizaron las instalaciones y se abastecieron en la aldea cercana. El 22 de julio de 1936 fue saqueada la iglesia y, posteriormente, incendiada junto a las imágenes; el 25 de julio fue saqueada también la pequeña capilla de El Negralejo y la finca de La Partija, según datos del Ayuntamiento de Ribas y Vaciamadrid remitidos al juez instructor de la Causa general en mayo de 1939, a los que ha tenido acceso este periódico digital. El convento resultó muy afectado, además, por la contienda bélica.
Sin embargo, la aldea sobrevivió mientras el Cristo se iba rehabilitando poco a poco. Rosa Fernández se crió en el Rivas de los años 50. Su familia había trabajado las tierras del duque durante décadas y fundó en los años 40 un bar que evolucionó en el asador La Rosa, construido sobre un antiguo basurero cuyas tierras recibió su padre por realizar las labores de vaciado del cementerio ripense (los restos fueron trasladados a Vaciamadrid). Iba al colegio al Ayuntamiento de Rivas, cuya primera planta hacía las veces de escuela, habida cuenta de que la actividad administrativa se había trasladado desde la fusión con Vaciamadrid mayoritariamente al edificio consistorial de este último. “Además de los de Rivas, venían a estudiar niños de La Partija y de una casa de camineros que había en el camino a Vicálvaro”, comenta. Todos los habitantes del pueblo se dedicaban a la agricultura.
Según datos censales del municipio consultados por este periódico digital, la población de Rivas de Jarama, ya apenas una pedanía de Vaciamadrid, se redujo a una docena de habitantes hasta el siglo XXI. A principios de la década, la Comunidad de Madrid tiró abajo el edificio del ayuntamiento, ya en desuso y deteriorado, para construir la rotonda de la M-823 que distribuía el tráfico rodado entre un Rivas cuyo centro neurálgico había pasado a las urbanizaciones construidas desde los años ochenta del siglo XX, y los caminos a Vicálvaro y Mejorada de Campo. Esta decisión solo vino a certificar el abandono que sufría el ámbito, con solo ocho vecinos censados en el momento de su desaparición. Con la eliminación del ayuntamiento, también se tiraron abajo varias casas del pueblo deshabitadas (la cartografía histórica del municipio disponible en el Archivo de la Comunidad de Madrid refleja hasta el año 2000 la presencia de varios habitáculos que desaparecieron al construirse la rotonda antes citada).
El terreno que antes fue pueblo fue adquirido por la inmobiliaria Inmojarama. Diario de Rivas visitó en el mes de julio con su presidente, el urbanista Armando Rodríguez Vallina, la parcela. En la parcela se están acumulando, en la zona más cercana a las últimas urbanizaciones, todas las tierras limpias que extraen de las construcciones que están realizando en el municipio. “La idea es, cuando se vaya rellenando este espacio, para lo que calculamos que puede quedar una década, crear un parque forestal que descienda con una pendiente suave hasta la zona del Cristo”, incide Rodríguez Vallina. En la parte más baja se conservan cimientos o estructuras de, al menos, cuatro inmuebles, además de una casa cueva que aflora en el talud de la carretera. Rodríguez Vallina garantiza que todas las estructuras se conservarán y serán objeto de los tratamientos arqueológicos que establezca la administración. Serán los últimos vestigios que sobrevivirán de una aldea casi olvidada que prestó el nombre a una ciudad.
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