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Restos de torre en las ruinas del castillo de Ribas de Jarama (Fuente: Diario de Rivas)

Restos de estructura en las ruinas del castillo de Ribas de Jarama (Fuente: Diario de Rivas)

Cerámica islámica pulverizada por el tiempo, robo de pequeños vestigios de metal, torres de alta tensión en zona arqueológica, basuras, botellones. Las ruinas del castillo de Ribas de Jarama, único vestigio medieval en la ciudad, agonizan por el olvido, el abandono y la falta de estrategias administrativas para abordar su protección real y no solo jurídica. Diario de Rivas recuerda la historia de esta pequeña fortificación, clave en época islámica para el control del valle del Jarama.

Fuentes conocedoras de las características arqueológicas del complejo aseguran que, probablemente, este asentamiento posea bajo la colina que lo oculta restos medievales, islámicos, visigodos y romanos (quizás una pequeña guarnición que protegía la famosa Ripa Carpetana y estaba en el camino entre los asentamientos de Perales del Río y Complutum -actual Alcalá de Henares-), sin descartar culturas anteriores (quizás hubiere un castro carpetano -hay restos de cerámica en el complejo que podrían probar algún tipo de asentamiento-, o incluso restos de pueblos neolíticos…). No obstante, solo hay pruebas concluyentes para afirmar que hubo en esta colina un castillo construido, como muy pronto, en el siglo IX (al igual que las de Alcalá de Henares, Hita, Peñafora y Oreja, por citar algunas similares), según los restos cerámicos. No obstante, si se da veracidad a los testimonios aportados por las numerosas referencias literarias de la leyenda de Gracián Ramírez y la virgen de Atocha, fechada en el año 720 d.C., la construcción tendría, al menos, un siglo más de antigüedad y estaría cerca de una pequeña aldea. En todo caso, es difícil datar la construcción porque apenas hay estudios bibliográficos centrados en el yacimiento y solo ha sido objeto de dos actuaciones arqueológicas, aunque superficiales: una del CSIC, realizada por el doctor Basilio Pavón en la década de 1980 para una primera catalogación, que es la referencia básica para conocer el ámbito; y una prospección arqueológica realizada por la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid en 1989 que está sujeta a la confidencialidad que preserva las cartas arqueológicas. Las mismas fuentes profesionales concretan que el coste que tendría investigar y preservar dichos restos hace inviable económicamente cualquier operación y que es más lógico mantenerlo como está para garantizar su protección.

Según la investigación de Pavón, en este ‘hisn’ o pequeña zafra habitada, propio de la época andalusí, «los dueños (…) dieron prueba de un bienestar doméstico comparable al de las alcazabas andaluzas mejor conocidas, Almería, Málaga y de la Alhambra. Nada de extraño tiene que estas fortalezas del Henares y el Tajo se nutrieran de los prestigiosos alfares islámicos de Toledo y Guadalajara». Para probarlo, recopiló muestras de cerámica islámica de distinto valor (verdugones, califal, bizcochada, cuerda seca…), así como cristiana medieval, que halló en las inmediaciones. Hoy día todavía quedan restos en superficie de esta época: pequeños restos de ataifores, trozos de cerámica con pruebas que denotan técnicas de alfarería islámica medieval o piedras pulidas con marcas de artesano, entre otros vestigios.

Este castillejo, que dominaba la actividad agrícola de todo este arco del río Jarama en la zona de las actuales Velilla de San Antonio y Mejorada del Campo, se encontraba en una de las vías militares de penetración musulmana (que utilizaban las antiguas calzadas romanas) de la región madrileña y era una etapa de la vía que unía Mérida con Zaragoza, completando la red de fortificaciones con las que las autoridades islámicas trataban de controlar el territorio y evitar las habituales revueltas beréberes ante el poder del califato cordobés. Además, era un punto privilegiado de cruce del Jarama en esa zona mediante una barca o puente, servicio de peaje explotado en exclusiva desde época cristiana por la Corona hasta 1579.

Piedras de fuego

El castillo tenía poco más de media hectárea, situado en un cerro a 600 metros de altura y con una caída en fuerte pendiente sobre el lecho del río. Era alargado y estaba aislado de la aldea de Ribas. Se situaba junto a un pequeño manantial, acompañado de un marjal, que le proveía de agua. En la falda de la colina se aprecia una posible entrada en codo, muy común en las fortalezas de esa época (por ejemplo, la de Madrid tenía una disposición similar). También hay restos de una pequeña cantera de cal y canto que se puede ver a simple vista desde la carretera. La disposición del promontorio revela, según los especialistas del Grupo de Estudios del Parque Lineal del Manzanares con los que este periódico digital visitó la zona en el mes de septiembre, que contaba con dos fosos artificiales. Los muros eran de pedernal (la ‘piedra de fuego’ medieval) y su factura es fácilmente reconocible porque se reutilizó la materia pétrea para construir sobre la antigua ermita situada al pie del cerro el convento mercedario de Santa Cecilia, ya en el siglo XVII, tal y como ha confirmado a este periódico digital el duque de Rivas, José Sáinz y Armada. Uno de los huecos que hay en la superficie de la colina demuestra que, probablemente tuvo una torre. No obstante, si se da veracidad al escudo de armas de la familia del Gracián Ramírez de la leyenda, y se pone en valor la legitimidad del anterior escudo municipal de Rivas Vaciamadrid, diseñado en 1988 por el especialista Fernando del Arco, el castillo tuvo dos torres, aunque no hay prueba de ello sobre el terreno. Otros vestigios conservados son lo que parece un antiguo aljibe y un camino empedrado que podía ser una de las entradas a la fortificación.

La zafra pasó a manos cristianas en el año 1085, al caer el reino de Toledo ante Alfonso VI. Los obispos de Palencia mostraron interés por adquirir el castillejo, tal y como señalan documentos del archivo de la catedral de Segovia. En el Archivo Capitular de la Catedral de Toledo se encuentran los testimonios escritos directos de propiedad más antiguos en los que se cita la fortaleza. Según un legajo del 12 de mayo de 1137, Alfonso VII de Castilla y León vinculó este pequeño puesto con un capitán segoviano llamado Goscelmus, al que encargó en 1091 las labores de alcaidía y la reconstrucción del castillo ante el avance de los almorávides, trabajo que se extendió hasta 1093. Este Goscelmus (Gocelmo o Guillermo), que adquirió el sobrenombre de ‘Rivas’, llegó a repoblar Mocejón (provincia de Guadalajara). Los primeros documentos de gestión de la fortaleza, consultados en el mismo archivo por Diario de Rivas, datan del año 1154. El rey donó el 11 de julio de ese año a la iglesia de Toledo y su arzobispo, Juan, el castillo de Ribas, en el territorio de Madrid, con derecho hereditario. Solo un mes después, el mitrado toledano encomendaba su gestión a Pedro el Cruzado con la condición de que lo poseyera durante su vida, revirtiendo después de su muerte de nuevo a la iglesia, salvo la heredad que él mismo cultivara en la zona, de la que recibía derechos hereditarios, al igual que establecía el fuero del que gozaban el resto de habitantes de la población de Ribas de Jarama. La posesión toledana fue, probablemente, la última que lo mantuvo en buen uso.

Robos de metal

Tras esos 115 años de dominación cristiana, el avance de la Reconquista dejó sin razón de ser la fortificación, que fue cambiando de manos y fue el nudo de un prolijo pleito entre los obispos de Segovia y Palencia para dilucidar su propiedad. Prueba de esta pérdida de importancia, generalizada para los castillejos de la zona, es que, finalmente, tras pasar el territorio de Ribas de Jarama al alfoz del concejo de Madrid, el fuero de 1202 de la futura capital ni siquiera cita la fortificación, centrándose tan solo en que las rentas producidas en la zona debían ir a sufragar los gastos de mantenimiento de la siempre maltrecha muralla de la ciudad. A pesar de que esta villa hizo labores de repoblación en la zona, la antigua fortaleza, que no la aldea, fue, con el tiempo, presa del abandono y el olvido. En las Relaciones Topográficas de Felipe II, ya en el siglo XVI, se cita que en la zona «solía haber un castillo», que no conocieron los vecinos preguntados entonces, y que había entonces «cimientos de un gran edificio«. En lo sucesivo, apenas la memoria popular recordaba la vieja fortificación. Así, la cartografía de los siglos XVIII y XIX digitalizada en el Instituto Geográfico Nacional recuerda de forma inconstante la denominación de ‘colina del castillo’ para el ámbito.

Durante el siglo XX, la colina donde estuvo la zafra andalusí fue utilizada como trinchera y puesto de ametralladoras en la Guerra Civil, durante el primer avance del ejército sublevado por el Jarama en 1937. La protección jurídica del ámbito, ya deterioradísimo, llegó en 1949 con el decreto de protección de castillos de 22 de abril. A esta norma se sumarían luego las protecciones derivadas de la Ley 16/1985 del 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español; y la categoría de Bien de Interés Cultural regional (BIC) por su pertenencia al yacimiento arqueológico denominado ‘Terrazas del Río Jarama’ y por poseer trincheras de la batalla del Jarama. Además, está incluida en el catálogo de bienes patrimoniales protegidos del Plan General de Ordenación Urbana de Rivas, siendo BIC de facto a la espera de que el el Gobierno regional apruebe la zona arqueológica protegida denominada ‘Margen derecha del río Jarama’, cuya solicitud fue realizada en 1991 a tal efecto por el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid y que aún no ha recibido respuesta. Todas esas protecciones no han impedido que, en las últimas décadas, se haya alterado el terreno sin consecuencias administrativas: se han hecho obras hidráulicas en un pequeño collado anexo al promontorio y se han instalado torres de alta tensión sobre algunos de los enclaves del yacimiento. Según fuentes de la Dirección General de Industria, esas instalaciones cuentan con todos los permisos de la Dirección de Patrimonio para estar en dicho lugar. Tampoco han estado las ruinas exentas de robos de los restos en superficie, de vertidos ilegales (desde antiguas fábricas de vidrio a obras) y de basuras, botellones y hasta preservativos. Tal y como ha podido cotejar este periódico digital, en el mes de agosto y principios de septiembre se han producido sustracciones con detectores de los pocos vestigios metálicos históricos que quedaban a pocos centímetros de la superficie.

José Manuel Castro, asesor de Alcaldía en Rivas Vaciamadrid, explica que los planes del Consistorio descartan la excavación arqueológica, aunque se estudia a medio-largo plazo, incluir el castillo dentro de un plan más ambicioso que pondrá en valor el patrimonio histórico ripense mediante señalizaciones adecuadas u otras intevenciones aún por concretar. En esta zona, la intervención englobaría, al menos, la ermita del Cristo de Rivas, el castillo de Ribas de Jarama y el caserío de Ribas.

 

 

Agradecimientos: Archivo Capitular de la Catedral de Toledo, Archivo Diocesano de Toledo, Grupo de Estudios del Parque Lineal del Manzanares, Asociación Española de Amigos de los Castillos, Archivo de Villa de Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, Cuerpo de Arqueólogos de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, Biblioteca Regional Joaquín Leguina, Archivo Municipal de Rivas Vaciamadrid, Biblioteca de Humanidades del CSIC, Archivo Geográfico Nacional, y a los doctores, profesores e historiadores: María Teresa Fernández Talaya, Nuria Ferrer García, Basilio Pavón Maldonado, Iñaki Martín Viso y Santiago Rodríguez Guillén.

 

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