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Vecinos de Los Madroños, junto a la instalación eléctrica frente a sus viviendas

Vecinos de Los Madroños, junto a la instalación eléctrica situada frente a sus viviendas (©Diario de Rivas)

Al final de la avenida de la Democracia, en el Cristo de Rivas, donde termina el barrio de la Luna, los vecinos de dos urbanizaciones —Los Fresnos y Los Madroños— luchan para salir del ‘olvido’. Sus viviendas son, a día de hoy, el último vestigio de ‘civilización’ del Barrio Oeste de Rivas Vaciamadrid. Así es la vida de los vecinos de la zona conocida como ‘Mordor’ en Rivas.

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Los vecinos de Los Madroños, en el número 9 de la avenida de la Democracia, llegaron a Rivas en octubre de 2011. Fueron los ‘colonos’ de unas viviendas desde las que casi podían tocar la M-50 con la punta de los dedos, a la espera de la apertura del acceso, previsto a escasos metros de sus casas; escuchar cada zumbido de la torre eléctrica que se levanta en la parcela aledaña pensando en que en 2020 la instalación sería desmantelada y pasaría a ser un recuerdo lejano en sus vidas; y asomarse al descampado contiguo con la esperanza de ver aparecer cualquier día las grúas que levantarían el número 7 de la calle para acoger a sus nuevos vecinos. Han pasado más de seis años desde aquella mudanza. Y, a día de hoy, todo sigue prácticamente igual: no hay fecha para el acceso a la M-50, la torre de alta tensión seguirá allí —según dijeron a los vecinos— hasta que se construya lo suficiente como para que suba la densidad de población en el entorno; y el descampado continúa igual, con su valla rota y con sus perros disfrutando del amplio espacio durante sus paseos. ‘Mordor’ sigue siendo ‘Mordor’ en el barrio de la Luna.

La promoción de Los Madroños se llenó desde el principio: las 153 viviendas fueron ocupadas de inmediato. «En dos años íbamos a tener zonas verdes, servicios… Luego nos dijeron que todo iba a ir lento, pero es que ya, directamente, no va», apunta David, que se mudó a la zona desde el barrio madrileño de La Elipa. «Para mis padres, que no tienen coche, venir hasta aquí es una odisea de varias horas», añade. Y es que la parada más cercana —la del 333, «que da una vuelta tremenda antes de llegar a Conde de Casal: 40 minutos no te los quita nadie», recuerdan los vecinos— se encuentra junto a la CEM Hipatia-FUHEM, a un paseo de 15 minutos. «El Consorcio alega que no hay población suficiente para prolongar el autobús», explica David. Para Rosa, que vive en Los Madroños y no tiene coche, moverse se convierte en un reto diario. «Aquí, sin edificios alrededor, hace un frío tremendo en invierno; sopla un viento que te arrastra, que incluso impide que agarren los pocos árboles que se plantan. Yo a veces salgo a las 6.10 horas y aquí no hay nadie; como mucho, te encuentras con algún jabalí«, bromea refiriéndose a los animales que han sido vistos merodeando por la zona en los últimos meses.

«Por no haber, no hay ni parada de taxi compartido», añade David. Hasta el acceso a la urbanización en coche es complicado, a pesar de las señales que dirigen a los conductores a avenida de la Democracia, 9, por una estrecha vía de servicio que da un rodeo hasta llegar al destino. «Y antes era peor. Hace años un vecino sufrió una angina de pecho y la ambulancia no encontraba la dirección. Tuvo que salir otra vecina a buscarla», relata Cristina, otra vecina. «No tenemos ni árboles: esta zona necesita plantaciones para ser un poco más habitable», añade Carlos desde Los Fresnos. «Tampoco pasa nunca ninguna patrulla de policía local ni de la Guardia Civil: estamos solos en la calle. Y eso que, a pesar de la cercanía de la Cañada Real, y en contra de lo que mucha gente cree, no tenemos problemas de robos. Pero ver a los agentes de vez en cuando por aquí, como por otras zonas de Rivas, no vendría mal», apunta.

Fueron precisamente los vecinos de esta zona quienes organizaron la protesta que, el pasado 23 de abril, denunciaba el abandono del barrio y pedía más vigilancia policial, un centro de salud (les corresponde el de La Paz, en Covibar), la terminación de calles (ya hay una obra empezada que les ‘conectará’ con los habitantes de Los Fresnos y mejorará la movilidad en la zona), la salida a la M-50 y la retirada de la subestación eléctrica, entre otras reivindicaciones. Así, se sienten «abandonados» por las administraciones. «Cuando pusieron la iluminación LED, se veía el resto del barrio tan bonito… y por nuestras ventanas se colaba un resplandor naranja. Llamamos al concejal del barrio Oeste [José Alfaro] para quejarnos de que teníamos la única calle del barrio con halógenos ‘antiguos’ y no se lo podía creer… hasta que lo vio. A las pocas semanas, las cambiaron«, apunta otro vecino, que indica que, «cada dos o tres meses, nos reunimos con él para recordarle nuestras reivindicaciones».

Algunos de los primeros ‘colonos’, cansados de esperar, se han mudado «a la civilización», a apenas unos cientos de metros, «del Hipatia para allá», señala David, «con tal de tener una parada de autobús, una farmacia o una tienda de conveniencia un poco más cerca». «Aquello sí es el barrio de la Luna, con su bulevar y todo, pero ¿y nosotros, el Cristo de Rivas? Vamos a pedir la independencia como Cataluña», bromea David.

Sin embargo, la mayoría resisten, con la esperanza de que algún día se ocupen sus bajos comerciales (en Los Fresnos ya hay alguna empresa), se urbanice el entorno o el autobús dé otra vuelta para llegar un poco más cerca. «Y porque nos gustan nuestras viviendas, y de vez en cuando nos cruzamos con algún conejo», vuelven a reír los vecinos. «Ahora en serio: tenemos muy buena relación entre nosotros», aclaran. La lucha contra el aislamiento ha generado dinámicas de buena vecindad «que difícilmente puedes encontrar en otros sitios: con frecuencia alguno de nosotros recoge a algún otro vecino al que ve andando hacia la ‘civilización’, nos acompañamos en los paseos…». «Como no podemos tomar el aperitivo en un bar cercano o bajar rápido a una farmacia, terminamos compartiendo cervezas o pidiendo un poco de apiretal al de la puerta de al lado», confirma Cristina.

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