Una furgoneta gris se cuela por un recodo de la M-823. Sus tres ocupantes desparraman varios sacos de escombros sobre un paisaje casi lunar: el que se quemó la semana pasada junto a las vías del AVE. En Vicálvaro se vierte sobre quemado. Un vehículo abrasado y abandonado en el arcén de la carretera es la metáfora de la situación que sufre la zona y toda la Cañada Real desde hace años: un lugar que no avanza… Un eterno retorno de abandono y escombros que la ciudad no quiere ver.
Sector 4. Vicálvaro. Cañada Real Galiana entre los números 50 y 60. A apenas diez metros de las casas se quemaron hace menos de una semana doce hectáreas de suelo en el que la Junta de Compensación de Los Ahijones, propietaria del terreno, planea crear una zona verde. Fuentes del Ayuntamiento de Madrid dijeron que eran pasto, pero en ese suelo yermo no puede pastar nada vivo. Como viene denunciando este periódico digital desde hace meses, en la zona se apilaban cientos de neveras desvencijadas, con su aislante altamente contaminante a plena vista. Con ellas, restos de casas enteras, placas de uralita, bombonas de butano, escaleras, aparatos de aire acondicionado, cristales y tarjetas de visita… Todo lo que uno pueda y quiera imaginar.
Todo esto ardió el lunes. Varios vecinos tuvieron que ser desalojados de sus casas por precaución. Este viernes, el suelo estaba aún muy caliente y varias ‘fumarolas’ jalonaban el terreno, esparciendo un olor nauseabundo por la zona. Para los visitantes, diez minutos allí sin mascarilla suponen dolor en el pecho y en la cabeza, y picor en los ojos. En la zona viven numerosas familias, entre las que hay numerosos menores de edad. Según aseguran, hace tiempo que intentan impedir que se viertan escombros en la zona, a la espera de la intervención de las administraciones. La asociación ciudadana Rivas Contaminación Zero y el comisionado municipal para la Cañada Real, Pedro Navarrete, comprobaron ‘in situ’ cómo esta ardiente situación continuaba, y trataron de solucionarla llamando a los bomberos. Al rato, acudía una unidad municipal de apagafuegos para extinguir los últimos rescoldos del incendio, a base de rastrillo y manguera. Tras ellos, unos cientos de metros más allá, un nuevo hilo de humo negro (por la quema de cable de cobre) auguraba un futuro sin futuro para la zona si las administraciones no encuentran, de una vez por todas, una solución, a través del Pacto de la Cañada, para arreglar el problema de los vertidos ilegales.
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