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Terreno donde estuvo ubicado el antiguo pueblo de Vaciamadrid (Fuente: Diario de Rivas)

Tras la celebración del sexagésimo aniversario del nacimiento del casco de Rivas Vaciamadrid, la urbanización que vio renacer al municipio, Diario de Rivas se ha propuesto rememorar la historia de los extintos pueblos de Vaciamadrid y Rivas de Jarama, a través de los escasos restos materiales que se han conservado y de la memoria de sus últimos moradores.

En 1845, el Estado autorizó la creación del pueblo de Rivas Vaciamadrid con la fusión de los pueblos de Vaciamadrid y Rivas de Jarama. El primero, con cuatro veces más suelo en su término que el segundo (aunque eran semejantes en población), había solicitado solo un año antes su segregación del pueblo de Vallecas, del que había sido tributario desde época medieval. La fusión no alteró su disposición en fincas de labor (fundamentalmente, en manos de grandes propietarios), aunque, como narra el cronista Agustín Sánchez Millán, sí permitió que se aumentara el regadío y, con él, se incrementaran los vecindarios. Ambas poblaciones funcionaban, no obstante, de forma casi autónoma entre sí.

Vaciamadrid, cuya toponimia es compleja (del árabe ‘Manzil Mayrit’ o ‘parador de la ciudad’ donde los caminantes se detenían en su viaje a la ciudad; o también del árabe ‘Fahs Mayrit’ o ‘campo de Madrid’, según los estudios profesionales de Jaime Oliver), había sido a partir de la Edad Moderna el espacio predominante del nuevo municipio. Situado al otro lado de la actual A-3, frente al actual casco histórico, en 1618, había recibido la cédula que lo convertía en villa. No obstante, el asentamiento era antiquísimo, como demuestran los numerosísimos restos prehistóricos de la zona que se conservan en el Museo de Los Orígenes de Madrid, a falta de un museo municipal propio de Rivas Vaciamadrid; y romanos bajoimperiales hallados, entre otros, por el equipo de arqueólogos del Instituto de Ciencias del Patrimonio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Incipit-CSIC), dirigidos por Alfredo González Ruibal, junto a la Casa de Doña Blanca. Este espacio, probablemente en funcionamiento desde época romana, tuvo durante mucho tiempo uso como posta ganadera, junto a la que había una hospedería de correos y caminantes denominada ‘El parador’, donde hoy se ubica la pasarela que comunica el antiguo pueblo con el nuevo casco histórico, comenta Juan José Castell, presidente de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo de Rivas Vaciamadrid, que fue a vivir muy joven tras emigrar desde Mejorada del Campo.

La ‘sartén’

Como decíamos, la Edad Moderna supuso su espaldarazo definitivo. La Corona quiso convertir el pueblo, entre los siglos XVI y XVIII, en la primera parada del Real Canal de Navegación, extensamente documentada por el Grupo de Investigadores del Parque Lineal del Manzanares, que pretendía hacer navegable el Tajo y unir Lisboa con Madrid. Según los más antiguos del lugar, se llegó a construir un apeadero y un graderío en un recodo del río que era conocido como ‘la sartén’, hoy posiblemente un montículo a escasos metros del pueblo. De hecho, Felipe II, que compró terrenos en el ámbito, hizo una travesía en chalupa hasta la zona para conocer la viabilidad del proyecto.

El ‘rey prudente’ encargó así mismo la construcción de un real sitio (en realidad, una residencia de caza con un jardín ortogonal, palomar, caballerizas, cuevas, tierras de labor y dehesas anexas para aprovechar los excelentes cotos que había en la zona y que servía de escala intermedia entre Madrid y Aranjuez, tal y como narra el historiador y profesor en Rivas, Santiago Rodríguez). Un cuadro ubicado en el dormitorio del rey del monasterio de San Lorenzo de El Escorial es la única imagen conocida de dicha construcción (cuentan las malas lenguas que algunos de los Austrias convirtieron la residencia de Vaciamadrid en espacio de encuentro con sus amantes), que, según cartografía conservada en la Biblioteca Nacional, ya había desaparecido a finales del siglo XVIII. Los incesantes cambios geológicos producidos en el espacio de los cortados, amén de la falta de planos o mapas que ubicaran el complejo, impiden conocer a ciencia cierta la ubicación que tuvo el complejo. No obstante, algunos de los vecinos más antiguos de Vaciamadrid, a través de la tradición oral del municipio, como Antonio López, que se crió en Vaciamadrid y vivió en los restos devastados del pueblo, ubican a unos centenares de metros del antiguo pueblo, en una zona de flora casi inaccesible, la residencia real (hipótesis que parece apoyar la cartografía histórica consultada por González Ruibal). De Vaciamadrid partió Felipe IV en 1642 para intentar recuperar Cataluña, que se había sublevado dos años antes el día del Corpus.

El primer marqués de Leganés, Diego Mesía Felípez de Guzmán y Dávila, recibió en 1634 la alcaldía de Vaciamadrid por obra y gracia del conde duque de Olivares, cargo consolidado a perpetuidad por Felipe IV en 1654. No obstante, en el siglo XVIII, el undécimo conde de Altamira y séptimo marqués de Leganés, Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán, tuvo que litigar con Madrid, Vallecas, Ribas del Jarama y los monjes de El Escorial para hacer valer sus derechos y ejercer acciones de deslinde y nulidad de amojonamientos de la población, tal y como muestran las ejecutorias del proceso judicial consultadas por este diario digital, ante el enorme interés que suscitaban las fértiles tierras de labor del pueblo, casi en ruinas (solo tenía seis habitantes en ese período, tal y como investigó el profesor Rodríguez). Esta familia contó con un palacete en el espacio cuyo terreno hoy ocupa el centro cultural municipal la Casa + Grande.

Terreno donde estuvo ubicado el antiguo pueblo de Vaciamadrid. Según los vecinos, aquí estaba ubicado el cementerio del pueblo (Fuente: Diario de Rivas)

La primera piscina de Madrid

A principios del siglo XIX, era común la visita de Fernando VII a la casa en Vaciamadrid de Clemente Rojas, comerciante de arte y proveedor de animales salvajes para la casa de fieras que creó ‘El deseado’ en la capital. Antes de su venta, todas las alimañas se cuidaban en dicha finca, tal y como relataba el cronista Ceferino Araujo en ‘La España Moderna’ en 1897. Vaciamadrid era conocida por las aguas medicinales del manantial de Capanegra (se llegaron a vender en frascos en algunas farmacias de Madrid como purgante y tónico; dicho manantial fue echado en 1967 a perder por el cegado del mismo para convertir ese espacio, propiedad de Dionisio Martín Sanz, en vertedero), así como dehesa de cría de novillos y como tierra de labor donde, si el advenimiento cíclico de la langosta lo permitía, se cultivaban el famoso trigo vallecano, la cebada, el esparto, la remolacha, la vid y, en algunas fincas, hasta frutales, para los que la noria fluvial del pueblo era instrumento fundamental. El municipio llegó a tener una pequeña industria relacionada con la fabricación de ladrillos pero fueron la llegada del tren para explotar los criaderos de yeso de Vaciamadrid, situados en el coto redondo, en 1881, y, cinco años después, la mucho más ambiciosa puesta en marcha del tren de Arganda, las que trajeron cierta modernidad a la zona.

La relativa paz en el pueblo durante el siglo XIX solo se vio momentáneamente quebrada por el estacionamiento de tropas durante la primera guerra carlista y por la sublevación republicana encabezada por el general Villacampa, de 1886, cuando la Guardia Civil tuvo que actuar contra algunos rebeldes que maniobraron en la zona, tal y como narraban los cronistas de la época. Por entonces, el tercer conde de Montarco, Eduardo de Rojas y Alonso, construía un palacete en la enorme finca que tenía junto al pueblo en la que tiraban al plato y que contaría, entonces, con la primera piscina de la historia de Madrid. Cabe destacar que, como indicó Julián González Fraile, la Casa de Doña Blanca, único vestigio en pie del municipio, tiene una íntima relación con esta familia, pues dos condesas de Montarco (Blanca Ordóñez y Lecároz, y Blanca de Rojas Pardo) llevaron dicho nominativo. Según los estudios de González Ruibal, este inmueble, efímero, se edificó sobre las ruinas de otras construcciones previas.

Entrado el siglo XX, con poco más de trescientos vecinos, según la Enciclopedia de Madrid y Castilla La Mancha, el nombre del pueblo sonaba a nivel internacional gracias a las competiciones de galgos y, sobre todo, al éxito del torero Marcial Lalanda, célebre por la suerte de la mariposa. Entre los entendidos, también tuvo cierta importancia el hallazgo del yacimiento prehistórico del camino de la Salmedina y, entre el populacho, el famoso crimen de El Piúl, donde un jornalero jiennense fue descuartizado en un intento de robo. En 1910, una riada arrasó los campos y se llevó el puente sobre el río. A causa de la catástrofe y la despoblación, dos años después, ‘La Correspondencia de España’ consideraba sobre Vaciamadrid que “a cualquier cosa le llaman pueblo”. Poco parecían haber cambiado las cosas desde que, en el siglo XVII, Lope de Vega le dedicara estos versos en su obra ‘La noche toledana’: “A Vaciamadrid llegué. Dios me libre de haber ido. A Vaciamadrid llegué, que no lo tengo por limpio”. Atletas, ciclistas y estudiantes de la Institución Libre de Enseñanza visitaban la zona como un espacio en el que ejercitarse en plena naturaleza. Ya en los años 20, el Ejército adquiría 700 hectáreas de terreno entre Getafe y Vaciamadrid para instalar una fábrica de productos químicos que aún hoy continúa en funcionamiento.

No obstante, fue en la década de los 30 cuando el pueblo llegó a su encrucijada histórica. La Segunda República Española trajo a Vaciamadrid su primera alcaldesa, Catalina San Martín, nombrada en 1932 primero por una comisión gestora y elegida por méritos, aunque sin adscripción política conocida, en las elecciones municipales de 1933 (al parecer, la única de España que se conozca que revalidó por las urnas la elección realizada por el Ministerio de Gobernación para la organización de las citadas comisiones gestoras), y sucesivos gobiernos socialistas, que vencieron con holgura en los comicios desde entonces. En este período se aprobó, entre otras medidas, la construcción de un nuevo cementerio por diez millones de pesetas. Clara Campoamor y las voluntarias de su Unión Republicana hicieron causa por la casa cuna del pueblo, única en la provincia y desaparecida de todos los archivos oficiales, tal y como ha podido comprobar este periódico digital.

Chozas de adobe

La situación social en el país se polarizaba políticamente hasta que se produjo el estallido con la sublevación militar y el golpe de Estado del 17 de julio de 1936. Apenas unos días después, la iglesia de El Porcal era saqueada y la de Vaciamadrid incendiada y saqueada a su vez (esta última ya había sido objeto de robo en 1927). En la noche del 4 al 5 de noviembre de 1936, 215 personas, según cifró en años posteriores el gobierno franquista (los muertos totales en el municipio durante el conflicto se cifraron en 228, según un informe de la Comisión Gestora de Ribas y Vaciamadrid para la el juez instructor de la Causa General al que ha tenido acceso Diario de Rivas, fechado en 1940) fueron asesinadas en las tapias del cementerio del pueblo (los restos fueron trasladados años después al cementerio de Paracuellos del Jarama). Ya se habían producido, al menos, siete ejecuciones de personas no identificadas en la puerta del camposanto en los días 20 y 21 de octubre, según datos municipales recogidos por este periódico en archivos militares.

Terreno donde estuvo ubicado el antiguo pueblo de Vaciamadrid. Según los vecinos, en esta parcela estaba el ayuntamiento (Fuente: Diario de Rivas)

Vaciamadrid, que hasta bien entrado el primer cuarto del siglo XX había sido territorio de prácticas y maniobras de las unidades de artillería del Ejército, se iba a convertir en frente de combate. En febrero de 1937, la estrategia de Franco de aislar Madrid fracasó al chocar contra las tropas republicanas, especialmente, en el frente del Jarama. En ese lluvioso mes, el ejército gubernamental, apoyado por las brigadas internacionales, mantuvo abierto el paso entre Madrid y Valencia transformando lo que hasta entonces había sido un pronunciamiento militar de corte decimonónico en una guerra total en la que participaron todas las armas militares salvo la Armada. En medio del fuego de ambos bandos quedó Vaciamadrid y su entorno, que resultó arrasado. Apenas quedaron en pie las ruinas de un puñado de edificios. Sus vecinos tenían que hacer milagros para buscar qué comer o con qué calentarse bajo la balacera. La mayor parte, narra Faustino Díaz, vecino que era un niño en esa época, tuvo que refugiarse en las fincas de labor o escabullirse para poder llegar a las casas de familiares en zonas en calma.

Apenas quince familias habitaron el ámbito tras la contienda. La mayor parte, en chozas de adobe adosadas a las pocas tapias que quedaban en pie, tal y como reflejan los testimonios gráficos recopilados por el Archivo Municipal de Rivas Vaciamadrid. Los animales bebían el agua en la pila bautismal de la iglesia destruida. En 1939, el gobierno franquista demolió algunas partes de los principales edificios porque devenían una peligrosa ruina. Una situación de miseria que se prolongó casi dos décadas en las que los habitantes no abandonaron tradiciones como los toros, las romerías por el Cristo de Rivas o las fiestas de San Isidro. La mayor parte de los vecinos se dedicaban a la agricultura en las fincas cercanas o en Arganda del Rey.

Las súplicas del párroco argandeño provocaron que se incluyera a Vaciamadrid en los planes de la Dirección General de Regiones Devastadas. Finalmente, el 23 de julio de 1959, el ministro de Vivienda, José Luis de Arrese, inauguró la nueva urbanización que vendría a llamarse luego casco antiguo. Los últimos vestigios originales del pueblo de Vaciamadrid fueron derruidos en los años ochenta y los restos del cementerio, trasladados al nuevo camposanto que se construyó para dotar al nuevo municipio.

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