Hace unas semanas concluyó el septingentésimo quincuagésimo aniversario (750 años) de la creación del Honrado Concejo de la Mesta en el Reino de Castilla. Diario de Rivas aprovecha la onomástica para recuperar la historia de la ganadería ripense, uno de los pilares económicos del municipio a lo largo del tiempo.
La caza y la ganadería han configurado desde antiguo el asentamiento de los habitantes de Rivas Vaciamadrid en el territorio. La posición del municipio, entre la terraza del Jarama, el cerro de ‘El Dominado’ y los montes de Vallecas, en plena unión de los ríos Manzanares y Jarama, debió formalizar un espacio de control de paso de manadas de animales que promovió cierto sedentarismo en la zona. Así lo muestra la recurrencia de yacimientos identificados por la Comunidad de Madrid en el ámbito desde el final del Paleolítico Inferior en zonas como el cerro de La Rubia (frente a la fábrica de 3M), la finca de La Deseada (junto a Arganda), el arenero del antiguo Vaciamadrid, el cerro de Calamuecos (cerca de la confluencia con Vallecas y Getafe) y la zona de El Quemadero. En los yacimientos prehistóricos de El Negralejo, el profesor Arturo Morales, del Departamento de Zoología de la Universidad Autónoma de Madrid, halló numerosísimo material óseo de animales, entre los que destacaban los ovicápridos y bóvidos (MAN, 1977).
Podría decirse que fue la riqueza natural y, especialmente, animal de la zona (unida a las características geológicas, proclives a la creación de cuevas), la que dio pie a los establecimientos humanos que permitieron el Rivas Vaciamadrid que conocemos hoy día. Uno, Ribas de Jarama, un espacio de avistamiento según la fórmula carpetana (en el cerro gemelo, conocido como ‘El Dominado’, hubo otro asentamiento celtibérico, pero no logró prosperar), en la que los hogares contaban con rediles para ovejas, cabras y bóvidos, como en Miralrío; el otro, Vaciamadrid, un espacio de control del paso de los ríos que siguió la estrategia de asentamiento de las ‘villae’ romanas. Este último y lo que hoy es la finca de El Porcal estuvieron habitados durante época visigoda, según el registro arqueológico. El Fuero Juzgo por el que se regía esta sociedad ya establecía salvedades en el uso de calzadas destinadas al tránsito de ganado trashumante.
La Via XXV Antonina
Respecto a esta última referencia, los gestores islámicos de la Marca Media (en árabe: الثغر الأوسط, aṯ-Ṯaġr al-Awsat) crearon una potente red de fortificaciones y atalayas en toda la ribera del Jarama. En el espacio que nos ocupa, el territorio estaba protegido por las fortificaciones de El Torrejoncillo (San Fernando de Henares), peña Cervera (Mejorada del Campo), Rivas de Jarama, Torrebermeja (en el actual Velilla de San Antonio), Torrepedrosa (la Torre del Campo de Vicálvaro), y la atalaya de la Torrecilla de Ibn Crispín (Getafe). A grandes rasgos, coincide con la Cañada Real Galiana, también conocida hasta hace unas décadas como de los ‘Torrejones’. Parece claro entonces que el ganado seguía las grandes rutas de paso protegidas por las instalaciones militares, en este caso, siguiendo el mismo itinerario que realizaba la antigua Via XXV Antonina desde Alcalá hasta Talamanca.
Fue la ganadería la que dio nombre a Vaciamadrid. Tal y como explicó este periódico en otro extenso artículo (Villalba, 2024), el gentilicio de este antiguo municipio procede de ‘Fahs al-Mayrit’, del árabe ‘campo de Madrid’, entendido como dehesa concejil en la que los habitantes del Concejo madrileño llevaban su ganado para que pastase. No sólo eso. Habría que considerar que esta terminología de época musulmana es, junto a Salmedina o ‘Fahs al-Medina’ (‘dehesa de la Villa’ -de Madrid-), la primera referencia de organización del territorio alrededor de la actual capital.
Y también le dio patrona. La leyenda de Santa Cecilia, fechada alrededor de 1.156 d.C., explica cómo a un ‘rey de ganado de cerda’ (un pastor de una piara de cerdos) se le apareció una imagen de la santa al cobijarse en una cueva en plena tormenta. Dicha historia motivó la adopción de esta como Virgen protectora del pueblo y se le erigió una ermita que fue concluida en el año 1207 d.C. Atendiendo a la posible existencia de rebaños porcinos en la zona que narra esta leyenda, es lógico explicar que el asentamiento del Ribas de Jarama medieval, si bien de origen anterior, fuera una aldea mozárabe tributaria de la ciudad de Madrid controlada por los musulmanes, aunque con personalidad jurídica propia, como prueba su citación como asentamiento en las capitulaciones de rendición del Reino musulmán de Toledo ante Alfonso VI en 1085 d.C (De Tuy, 1929). Otra leyenda un poco posterior narra cómo un caballero se salvó de morir despeñado en el río cuando era perseguido por un toro bravo porque se le apareció la santa al pasar junto a la ermita. Tomando las referencias del entorno como verosímiles, implicaría que, ya en esa época, podrían haberse criado este tipo de bóvidos en el ámbito. Los famosos jarameños, los astados más bravos del Reino de Castilla, según las crónicas.
El entregador
El 2 de septiembre de 1273, el rey Alfonso X puso orden en el traslado de los rebaños desde las sierras a los extremos al invernar, al delimitar el paso del ganado junto a las tierras cultivadas a medida que avanzaba la repoblación. Estableció un privilegio para una nueva asociación de ganaderos trashumantes llamada Honrado Concejo de la Mesta. En él, concretó la creación de cañadas de paso de seis sogas de cuarenta y cinco palmos. A ellas se unían otros caminos tributarios, denominados cordeles y veredas, con la mitad y un cuarto de la anchura especificada, respectivamente. En terrenos madrileños, la más importante era el ramal de la cañada segoviana que partía de Cameros y descendía por la umbría de la sierra de Guadarrama, por el camino de Buitrago y Miraflores de la Sierra, hasta Ciudad Real.
El respeto del tránsito, las dimensiones de las vías pecuarias y la normativa las garantizaba el ‘entregador’, un funcionario judicial ambulante que evitaba abusos. A partir de 1476, el Ordenamiento de Madrigal, reforzó la actividad de los anteriores con el apoyo de los miembros de la Santa Hermandad, de la que Ribas de Jarama contaba con funcionarios propios, al menos, desde el siglo XVI.
Ribas y Vaciamadrid formaban parte del alfoz de Madrid y sus sotos (en especial, los vaciamadrileños) eran utilizados para el pasto del ganado. De hecho, buena parte de la prolija documentación legal sobre ambos municipios desde finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna está relacionada con las denuncias de uso fraudulento de los sotos para el consumo de ganados de Arganda y Vallecas, del que se quejaban amargamente los autóctonos. En las fincas cercanas se criaban ovejas y carneros, zorros y hasta hurones. Del mismo modo, se cazaban ciervos, lobos y, por supuesto, conejos. Toda esa presencia de ganados podría justificar en parte la falta de vegetación leñosa en la zona, ya que algunos de estos animales ramonean las plantas y, en algunos casos, como los conejos, roen los troncos de las plantas jóvenes, lo que impide su crecimiento.
El rebaño del pueblo
Aunque la guerra de las Comunidades de Castilla de 1520 a 1521 tuvo una profunda implicación con los sectores ganadero y textil (los rebeldes apoyaron que la producción lanera se dedicara a la producción de paño en el Reino, y los realistas se volcaron en la exportación, según la tesis de Joseph Pérez -2006-), no existe documentación que muestre ningún tipo de implicación ripense en el conflicto, si bien Madrid, de cuyo Concejo dependía, se puso del lado de los rebeldes.
Según las Relaciones Topográficas de Felipe II, de 1576 (los cuestionarios en Ribas de Jarama se realizaron ese año; no se conservan los de Vaciamadrid, aunque consta abandonado en esa época) revelan que la repoblación ripense a mediados del siglo XVI (probablemente, la que asentó definitivamente el pueblo del que hoy quedan algunas ruinas junto al convento del Cristo de Rivas) se había realizado construyendo precisamente en solares del ejido del municipio donde pastaban los animales. O sea, que la alimentación del ganado se producía en el espacio más cercano al pueblo (es decir, puede intuirse que las casas tenían sus establos o cercados asociados a las viviendas), y/o que existía un rebaño de reses que daba servicio al municipio, como los que aún se conservan en algunas aldeas de la sierra madrileña.
Ribas de Jarama, continúa la relación, tenía una cabaña ovina que producía 4.000 maravedíes en tanto en cuanto la venta de corderos, queso y lana (es interesante observar que no se refiere a otro ganado fundamental en el consumo hispano como era el porcino). Por tanto, puede colegirse que no compraban ganado merchaniego y chamorro (denominados así en función de si se vendía en la ruta de ida o vuelta) a los pastores foráneos. El texto concreta que los autóctonos, a falta de bienes de propios (es decir, tierras comunales propiedad de los vecinos de Rivas) llevaban su ganado al montecillo de Coslada (refuerza la tesis del rebaño del pueblo), al norte, para pacer, ya que era común realengo de la Villa de Madrid (por tanto, no debían ceder terreno ripense a la trashumancia para el majadeo o abonado del barbecho).
La cabaña del marqués
Asimismo, los animales eran bien de intercambio. El cura de la iglesia de Mejorada del Campo cobraba por poner clérigo en la iglesia de San Juan Bautista de Rivas, 16 cahíces de cereal y tres de pan, y corderos hasta completar 1.500 maravedíes. En Vaciamadrid, la toma de posesión del ámbito por el conde duque de Olivares, tras comprar los terrenos al rey Felipe IV, supuso la absorción de las rentas de la zona, entre las que se incluían el derecho sobre los mostrencos extraviados que pastasen en sus dominios (AGS, 1638).
A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, el secretario de despacho universal y marqués de Ribas de Jarama y señor de Velilla, Antonio de Ubilla, localizó en su señorío una de las cabañas de ganado trashumante más importantes del Reino, adquirida gracias a las rentas que le otorgaba la encomienda de Quintana (Hamer, 2016). Según el Catastro de Ensenada, también citado por Hamer, su sucesor en el señorío, a mediados del siglo XVIII, poseía 11.000 cabezas de ganado merino trashumante que, probablemente, procedía de la misma cabaña ripense-velillera.
Desmantelada la Mesta el 31 de enero de 1836 por real orden, la crisis del sistema trashumante inició un período de desorden que retrajo la red pecuaria a pesar de los esfuerzos de la Asociación General de Ganaderos, sucesora de la anterior. No obstante, el tránsito de ganado no llegó a recuperarse, pues numerosas solicitudes de licencia sobre vías pecuarias a mitad del siglo XX indicaban que estos caminos llevaban décadas sin usarse. El 1 de febrero de 1859, el gobernador civil de la Provincia de Madrid, Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques, III duque de Gor, emitió una circular que estipulaba que el municipio debía tomar medidas para ordenar sus cañadas, abrevaderos, descanso de ganados y servidumbres pecuarias.
Valdios
El alcalde, Fausto Serrano, creó una comisión municipal el 29 de abril de 1862 que visitó el lindero entre Rivas Vaciamadrid y los pueblos de Vicálvaro y Vallecas, especialmente delimitado por el antiguo mojón de los cuatro partidos (Rivas de Jarama, Vaciamadrid, Vicálvaro y Vallecas), ubicado hoy día dentro de los patios de una de las construcciones ilegales de la cañada, frente a la trasera de la Casa de Asociaciones. Tras consultar el libro de catastro de la villa, se comprobó que sólo constaba la Cañada Real de Merinas -AHN, 1864- (discurría entre La Rioja y Ciudad Real, pasando por Cameros y Logroño, los agostaderos sorianos, la solana de Guadarrama y el extremo oeste de la sierra de Sigüenza, Buitrago de Lozoya, hasta Almadén), que tenía seis sogas de 45 palmos o 90 varas de ancho (unos 75 metros) y recorría el municipio desde San Fernando de Henares, Mejorada del Campo, Coslada y Vicálvaro hasta tierras vallecanas y de Getafe. El archivero de la Asociación General de Ganaderos del Reino, José López y Pérez Hernández, no escribió en su expediente al respecto, fechado en 1862, ningún tipo de dato en contrario.
Es decir, puede colegirse que, desde hacía siglos, a nivel nacional, los rebaños mesteños sólo habían recorrido esta vía, sin tener constancia o dar importancia a otras rutas ganaderas interiores del municipio, que, como veremos a continuación, tenía sus propias veredas usadas por el ganado autóctono. O que los mayorales de cada rebaño dirigían su periplo de manera relativamente arbitraria desde los olivares de San Fernando hasta los cerros y baldíos limítrofes con Vicálvaro y Coslada (el extremo norte del municipio, colindante con la M-45, recibe hoy el nombre de Valdios, al que entraban procedentes de lo que hoy es el sector 2 de la vía pecuaria, entre los nuevos desarrollos urbanísticos madrileños de El Cañaveral y Los Cerros) del retamar ripense, gracias a los privilegios reales, hasta que alcanzaban la zona cultivada.
Esta idea se ve secundada en que muchos de los caminos madrileños de la época eran solo veredas que atravesaban eriales, barrancos y lodazales (Peris, 2015). En las Relaciones antes citadas se especifica que entre Perales del Río y Vallecas el camino era “muy torcido y perdido para quien no lo sabe bien, porque hay muchas veredas por no ser camino que se anda cierto, porque va por unos baldíos de la villa de Madrid y su tierra y por tanto cada uno va por donde le parece”.
El portillo y el esparto
Por ello, el tránsito de los enormes rebaños por las cañadas reales debía ser orientativo, siempre que en su periplo esquivasen los fértiles campos ribereños que guardaban celosamente los agricultores de Rivas y de Velilla (no debe ser causalidad que la vereda del camino de Arganda, que discurre por tierras velilleras hasta alcanzar un descansadero junto al puente de Vaciamadrid, también esquive estos sotos). De tal forma, evitaban litigios (inexistentes en el extensísimo y prolijo archivo documental y judicial de la Mesta). Hay que tener en cuenta que Ribas de Jarama y Vaciamadrid pertenecieron hasta 1845 al sexmo de Vallecas, bajo jurisdicción de la ciudad de Madrid, por lo que el Honrado Concejo se cuidaba especialmente de entrar en conflicto con la Villa y sus terratenientes, ‘dueños’ del Consistorio madrileño y fijos en la Corte del rey.
La falta de infraestructuras (no constaban abrevaderos, ni descansaderos en esa zona de cañada porque ya había en Coslada y Getafe, aunque sí un portillo donde se cobraban los impuestos), demuestra que los rebaños mesteños no se debían prodigar en el municipio durante sus desplazamientos en octubre (a los pastos ciudadrealeños) y mayo (a los riojanos). Desde 1432, Madrid sólo permitía el paso por sus bienes comunales a los rebaños trashumantes por el territorio de su jurisdicción cuatro días al año y previo pago de impuesto de montazgo (luego sustituido por la alcabala), por lo que la travesía sería rápida, pues se disponía de apenas dos jornadas para superar el término en cada uno de sus dos movimientos anuales. Asimismo, el Consistorio ripense debía obtener beneficios del mantenimiento de la vía, ya que sacaba a concurso la recogida del esparto de los laterales de estos senderos (AM, 1956).
Así, rebaños de ovejas merinas pintadas con almagre y marcadas a hierro con las señas de sus dueños pasaban a paso vivo por estos pueblos con sus moruecos, parideras, mansos encencerrados y mastines al frente. Es muy probable que parasen a dar de beber a las ovejas en los manantiales y los chortales salados ripenses del Pozo Piñán -junto al mojón de los cuatro partidos que dividía Vicálvaro, Vallecas, Rivas de Jarama y Vaciamadrid-, o en la fuente Amarguilla del pueblo (según el geohistoriador Luis Bartolomé, autor del libro ‘El agua de Vicálvaro’, esa agua de la zona “no querían beberla ni las cabras”), para obligarlas a tener sed y beber más para engordarlas. Así se ahorraban la preciada sal que portaban las acémilas y que se prorrateaba en un quintal por rebaño, por mucho que los pastores mesteños estuvieran exentos del impuesto a este producto.
El estanque de Valdelázaro
Probablemente, hatos y manadas más pequeñas que las mesteñas tomaban las veredas vicalvareñas de Estevillas o de las Piedras, y el cordel de Santiago, para abrevar en el Charco Alto o la Charquilla, hoy inmortalizadas en el callejero madrileño, o en el abrevadero de la Fuente Carrantona, manaderos arruinados muchos de ellos por el desagüe de las aguas sucias de la capital a través de los arroyos vicalvareños que provocaban horribles olores al llegar a Rivas (de ahí la errónea toponimia de ‘Vacía Madrid’). Los animales debían pacer, además, en las dehesas cercanas a lo que luego sería la Casa de Tilly o la del actual polígono vicalvareño homónimo. Algunas partidas tomarían dirección Madrid a través de las rutas hacia el arroyo Abroñigal. Otras, usarían esta parada como hito antes continuar hacia tierras de Vallecas y Getafe.
La segunda opción sería que el ganado se dirigiera al estanque de Valdelázaro (aproximadamente, en la ubicación del instituto ripense de Las Lagunas, aunque puede observarse todavía uno de sus pozos delante del portal de la plaza de Asturias número 11) o tomase desde los ‘Cuatro Partidos’ la colada del Santísimo para hacer lo propio en la ribera del arroyo del Henar o los pastizales de la cornisa del Manzanares, junto a los cerros entre Vallecas y Vaciamadrid. Según la clasificación de vías pecuarias del pueblo de Vallecas de 1958 -FDM, 1958- (entonces ya distrito de Madrid), el camino de la Cañada real cruzaba el arroyo del Henar o de Los Migueles, y surcaba la carretera Madrid-Valencia a la altura del kilómetro 14 entre el ventorro de ‘La Rubia’ y el del ‘Tío Félix’ (se refiere a Félix Albertos). Luego, pasaba el camino de la Leña, derivándose a la colada de Valdelaculebra. Al llegar al cerro redondo, atravesaba la colada del Congosto, antes de converger las vías de Los Cascabeles, Los Aprisquillos, El Chaparral, la Marguilla o Amarguilla y la colada de la Torrecilla, en la frontera entre Vallecas y Getafe, junto ‘Casa de la Octava’.
En la ruta, la cañada tenía conexión en terreno de Vaciamadrid con el camino de la Aldehuela hacia Perales del Río y con el de la Posesión (se refiere a la posesión de la casa real de Vaciamadrid, delimitada como una posesión real y luego ducal) por el antiguo camino de Arineros.
El informe de vías pecuarias
Como explicaba, la desaparición del Honrado Concejo en 1836 y el crecimiento demográfico derivado de la industrialización (España duplicó su población en el siglo XIX), abrió paso a los agricultores y la manufactura para que tomasen buena parte del espacio de las vías pecuarias en todo el país. La situación llegó a tal punto que el Gobierno aprobó el Real Decreto de 22 de septiembre de 1892 por el que se reorganizaba la Asociación General de Ganaderos del Reino (sucesora de la Mesta). En este documento se incrementaban los castigos a las usurpaciones que estaban sufriendo las vías pecuarias. En nuestro municipio, eso supuso cierta ordenación durante medio siglo. En 1914, la Sociedad Unión Eléctrica Madrileña instaló una línea eléctrica entre Ribas del Jarama y la Alameda de Osuna que surcaba 700 metros de la cañada. El 26 de mayo de 1923, el ingeniero y empresario Manuel Suardiaz, propietario El Porcal, consiguió la aprobación de una permuta de terrenos para variar parte del trazado de una vía pecuaria que discurría entre la finca y ‘La Isla’ que delimitó el embocamiento de la carretera hacia Chinchón.
Sin embargo, el hito más importante de este ordenamiento vino motivado por el proyecto de ampliación de terrenos para la estación emisora de Arganda del Rey, que necesitaba absorber parte de la vía pecuaria del puente de Arganda. De tal manera, la Dirección General de Ganadería, encargó un informe al Servicio de Vías Pecuarias el 7 de junio de 1948 para clasificar la red pecuaria ripense (AM, 1948).
Se encargó el trabajo al perito agrícola del Estado Raimundo Álvarez que comprobó que, con la destrucción del archivo municipal, se perdió toda la documentación al respecto. Como solución, solicitó una información testifical entre “los vecinos más conocedores de las cosas del campo y sus vías pecuarias”. Participaron en el encuentro, el 22 de noviembre de 1948, Francisco Alcázar Calvo, Jesús Rodríguez Esteban, Nicasio Camacho Ferrez y Mariano Romero Pajares.
Tiempo inmemorial
Por unanimidad, manifestaron “que conocían de tiempo inmemorial las siguientes vías pecuarias”. En primer lugar, se referían a la Cañada Real Galiana, con una anchura de noventa varas (75,22 metros). Establecían que el recorrido por la misma procedía desde Getafe y, al atravesar la línea del ferrocarril Madrid-Aragón (la vía del tren de Arganda), junto a la casa de La Partija (la documentación también determinaba que se llamaba tierra de los Vélez -la línea madrileña del linaje de la familia Fajardo-), en la raya de las jurisdicciones de Vicálvaro (eriales de Valdecarros, Los Carabancheles -actual Los Berrocales-, Los Ahijones y Los Cerros del Valdio) y Rivas Vaciamadrid, hasta San Fernando de Henares.
El segundo camino ganadero conocido desde antiguo era la colada del Congosto (o vereda de Getafe), de 16,92 metros de ancho, procedente del término municipal de Vallecas. Entraba por el puente homónimo que vadeaba el río Manzanares hasta alcanzar el extremo noreste de Getafe, en donde se dividía en dos ramales. Por un lado, se dirigía al citado municipio. Por el otro, tomaba el antiguo camino de Getafe a Vaciamadrid, límite de la finca de Casa Eulogio. Alcanzaba el vado del Manzanares (el vado de Casto), siguiendo la senda hasta el puente de Arganda, dejando a la derecha Vaciamadrid, donde se incorporaba a las rutas de la zona argandeña.
En tercer lugar, se referenciaba el camino o colada de la Posesión, que partía desde la colada del Congosto hasta el puente de Arganda, en dirección noreste-sureste, en paralelo al río Manzanares, coincidiendo en parte de su recorrido con el camino de Vaciamadrid a Vallecas. Se trataba de una ruta alternativa por la que se hacía circular a los toros jarameños.
En realidad, en otra documentación disponible existían varias vías pecuarias más, conocidas ‘de facto’ por la administración, pero no reconocidas como tal. Una era denominada como la colada de Casa Eulogio al puente de Arganda, que discurría por la parte trasera del cerro de ‘El Dominado’ (FDM, 1956). Otra es la cañada del camino Viejo de Chinchón, que discurre durante unas decenas de metros en el límite entre Rivas y tierras argandeñas, frente a la finca de El Porcal (en la zona en la que Suardiaz hizo la modificación). Lo mismo le ocurre a la vereda Carpetana de Arganda, que cruza al término de San Martín de la Vega por el punto de conexión de estos dos municipios con el extremo sureste ripense, la colada al río Jarama desde Mejorada del Campo paralela a la carretera M-823 y la vereda de Arganda al norte de Velilla de San Antonio.
El sotil de los lobos
Por otra parte, también fue vía pecuaria el actual camino de Los Migueles, antiguo camino de Arineros (AVM,1702) y parte del camino viejo de Vallecas a Vaciamadrid. Fue denominado un tiempo como vereda del Henar por discurrir en paralelo a dicho arroyo (el arroyo de Los Migueles fue un renombramiento de dicho curso de agua, desde el término ripense, realizado en el siglo XVIII por la fama de estos supuestos bandoleros), tal y como demuestra la descripción del municipio de Vaciamadrid consultada por este redactor en el Archivo de Simancas, en la toma de posesión que hizo del lugar el conde duque de Olivares en 1638 (AGS, 1639).
En este mismo documento, también se cita el vado de los carneros, cercano al sitio argandeño de las ‘Madres viejas’ (que se había permutado, entre otros, por el ‘sotil de los lobos’), el sitio de los ciervos y la cueva de la colmena, aunque estos dos últimos parecen indicar sotos agrestes y no espacios pecuarios.
Se produjeron numerosos deslindes de vías pecuarias en los años 10 y 20 entre Vallecas, Vicálvaro y Rivas Vaciamadrid porque, de forma efectiva, la mayor parte de ellas dejaron de tener uso excepto de forma puntual, también en nuestro municipio (de hecho, en plena batalla del Jarama, pasaron por la zona rebaños de ovejas y carneros, como prueba documentación del Archivo Militar de Ávila). A partir de finales de los años 40 (aunque en los años 30 ya se producían episodios el puente de Viveros de Coslada, donde trataban de instalarse comercios, o la toma generalizada de cañadas por parte de los propietarios en Getafe -FDM, 1934-), la absorción de los pueblos metropolitanos de Madrid por la capital, la industrialización y la total regresión de la ganadería trashumante (según una carta del ganadero cosladeño Augusto Martínez de Abaria al director general de Ganadería en 1932, los ganados recorrían desde hacía años la distancia entre Extremadura o Toledo hasta la estación de San Fernando de Henares -FDM, 1932-, por lo que todo el trazado entre ambos puntos se presupone casi inutilizado) produjeron una progresiva presión demográfica y económica sobre las cañadas. La modificación de la Ley de Cañadas de los años 60, ya en pleno desarrollismo, sólo se rindió a un fenómeno que ya era una evidencia.
Intrusiones
En el municipio, el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid hacía lo posible por frenar cualquier interés por la explotación de las vetas de yeso que se conservaban en las lindes de estos caminos otrora protegidos. Perseguía las extracciones ilegales y denegaba cualquier licencia de uso del espacio (FDM, 1955), aunque no podía proteger otros recursos como el canto o la arena de río, que tenían sus propios adjudicatarios por parte de la Confederación Hidrográfica del Tajo. Por ejemplo, el empresario José Olbea, adjudicatario, solicitó permiso para circular con camiones de extracción por las vías pecuarias cercanas al puente de Arganda e instalar rampas que salvasen los desniveles para ejercer su explotación (FDM, 1956). Probablemente, ya lo hacía sin permiso, pues se le denegaba la autorización municipal al haber causado sus camiones conflictos con el discurrir de los ganaderos (AM, 1957). En el informe de respuesta del Servicio de Vías Pecuarias del Ministerio (AM, 1957), se incidía en que se habían producido “numerosas intrusiones” en la zona, repleta de fincas privadas, que habían reducido la colada a un camino de apenas tres metros de ancho, lo que la vaciaba de sentido trashumante.
Como decíamos, las cañadas fueron menguando a costa de vecinos y colonos, a pesar de la numerosa literatura normativa que las protegía. En 1966, los propietarios de la finca ‘La Fortuna’ pedían permiso para crear un acceso a su propiedad con sus vehículos desde la Cañada. Los propietarios de la finca ‘Cristo de Rivas’ pidieron, semanas después, la declaración de la parte norte de la cañada a su paso por Rivas como excesiva y su reducción porque sólo servía como vía de paso de vehículos agrícolas, lo que afectaba a las fincas colindantes. Se apoyaban en su desuso y que esa reducción ya se había producido en años anteriores en Vicálvaro y Arganda (FDM, 1966). No era nada raro en la zona, simplemente, Rivas llegaba tarde o protegía con más celo que sus vecinos su espacio natural. En 1952, Vicálvaro había desafectado parte de sus cañadas. Vallecas hizo lo propio unos años después. Primero en Entrevías y, luego, autorizando en 1955 a la Archidiócesis de Madrid la construcción de la parroquia de Santo Domingo de La Calzada.
Por otra parte, dos documentos describen la llegada de asentamientos irregulares estables a la Cañada Real de Merinas, inicialmente, en el tramo entre la finca de El Perchín (en San Fernando de Henares) y el camino del molino viejo (el batán de los condes de Barajas en el extremo norte de Rivas, un poco más allá de El Negralejo), entre Coslada y Vicálvaro. Por un lado, un escrito de 1967 (FDM, 1967) de la Asociación General de Cabezas de Familias del barrio de Vicálvaro- La Cañada. En dicho texto, remitido al director general de Ganadería del Ministerio de Agricultura, el presidente de la entidad, Gaudencio Cerdeiro, explicaba que, por necesidades de alojamiento de unas trescientas familias fueron construidas unas viviendas en la zona central y oriental de la cañada, entre Vicálvaro y San Fernando de Henares, entre 1952 y 1953. Como la barriada carecía de agua, alcantarillado, luz, etcétera, pedían la concesión de dichos terrenos para solventar dicho problema.
El salvaje Oeste
Otro escrito adjunto añadía que estos vecinos hicieron sus viviendas en estos terrenos “con el objeto de cobijar a sus familias, en circunstancias y época que justificaban plenamente esta decisión”. Y se ofrecían a legalizar la situación y pagar los derechos pertinentes. Técnicamente, el perito agrícola veía viable reducir la anchura de la cañada y declarar enajenable el resto. Este fue el inicio de una rápida colonización que, a finales de los años 60, multiplicaba las solicitudes ante el Ministerio por ocupación de terrenos.
El segundo documento, de 1957 (FDM, 1957), describía otro asentamiento de 1952 en la misma zona entre Vicálvaro y San Fernando (FDM, 1952). En ella, varias familias eran sancionadas (ocho pesetas y media de multa) por crear chozas de adobe en la cañada de entre 14 y 37 metros cuadrados. Ese mismo año, el Ayuntamiento de Coslada publicaba un edicto que ponía las bases para la enajenación legal de suelo de la Cañada (FDM, 1957), que despertaba el recelo de la Hermandad de Ganaderos de San Fernando, que se habían manifestado en contra de las edificaciones en las vías pecuarias (FDM, 1957). En los años 60, las enajenaciones por parte de los municipios se habían generalizado y, en los 70, había avanzado hacia Vicálvaro y Vallecas.
El fenómeno en los 70 ya era imparable. Según contaba el periódico El Alcázar el 24 de agosto de 1979, de los cinco kilómetros de cañada que recorrían la frontera este de Madrid, los dos del norte ya estaban consolidados con edificaciones y el resto estaba en proceso. Los sábados y domingos eran los días en los que se realizaban obras. “Los vecinos están procediendo al reparto de parcelas como en tiempos de la Reconquista o en la menos lejana época del Oeste americano. (…) Quién más, quién menos, tiene allí plantadas tomateras y, cuando le plazca, si no hay nadie que lo impida, comenzará a construir su chalet. Existe, incluso, la especulación del terreno”, rezaba el artículo, avanzando promesas municipales para acabar de raíz con el problema.
Para entonces, otros nuevos pobladores llegaban a los lindes de la cañada ripense con el bolsillo poco cargado pero la cabeza llena de sueños. Armando Rodríguez Vallina, creador de Covibar, narraba en su obra ‘El desierto y el vergel’ (2017) que la zona en 1978 era “un lugar deteriorado, deprimido y por eso mismo lo encuentro más interesante. Pienso transformar completamente el panorama”. La administración iba demasiado lento para expulsar de su terreno potestatario a los ocupantes ilegales de suelo. En 1981, en Rivas, la administración trató de reaccionar después de años de inactividad administrativa. Comenzó a establecer multas y órdenes de demolición. En 1983, iniciaba trámites para expulsar a parcelistas que habían construido casas encima de instalaciones del Canal de Isabel II (FDM, 1983). La desaparición de los poblados chabolistas de aluvión del desarrollismo madrileño provocaron un lento trasvase de estas comunidades hacia la cañada, a la que las propias administraciones llegaron a traer en autobuses. Así, la zona se convirtió en el mayor asentamiento irregular de Europa, que hoy todos los estamentos del Gobierno tratan de erradicar. Mientras, el rastro pecuario en Rivas es testimonial: una vaquería, una explotación apícola y una ganadería de toros bravos son la representación fundamental de lo que fue un negocio y una forma de vida clave del municipio.
Agradecimientos: Fondo Documental del Monte, Archivo General de Simancas, Archivo de la Comunidad de Madrid.
Bibliografía:
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Excelente. Al investigar en la historia, no al construir relatos, se hace ciencia. Se hace pueblo.
Gracias.