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Retrato de Clemente Rojas (fuente: Juan Manuel Melgar)

Retrato de Clemente Rojas (fuente: Juan Manuel Melgar)

Clemente de Rojas fue el principal promotor de la independencia de Vaciamadrid como municipio. Personaje poliédrico, fue un héroe de la Guerra de Independencia y un empresario oportunista que se abrió paso hacia la élite económica y social en los turbulentos años de la crisis del Antiguo Régimen en España. Diario de Rivas investiga la biografía de este personaje precursor de las condiciones para la creación del municipio que hoy conocemos.

Rojas nació en 1779 en Cádiz, procedente de una familia hidalga con procedencia en Antequera. Hizo fortuna al hacer crecer una fábrica de naipes de propiedad familiar, situada en la plazuela del Ángel de Madrid desde 1811, en la que popularizó la muy innovadora baraja ‘neoclásica’ en 1815 (aunque existían diseños previos, como los del grabador José Martínez de Castro, según estudios del investigador Alberto Pérez González) y creó las famosas barajas ‘Goyesca’, ‘Mitológica’, ‘Cuatro Culturas’, ‘Cuatro continentes’ y ‘Los Querubines’, referencias indiscutibles del mundo del naipe. También puso en marcha una empresa de productos químicos y explosivos en la capital, y otra de papel más allá de la cuarta esclusa del río Manzanares.

Según una relación de méritos, guardada en el Archivo Histórico Nacional, que Rojas presentó a Fernando VII en 1815 para hacerse acreedor de mercedes, el gaditano se unió el 2 de mayo de 1808 a los voluntarios que se apoderaron del Parque de Artillería de Monteleón de Madrid, bajo las órdenes del capitán Pedro Velarde. El empresario aportó la pólvora con la que lucharon los rebeldes y dirigió el fuego de un cañón, siendo herido en un muslo. Colaboró como informador y espía para el marqués de Portago, jefe del ejército fernandino de Galicia, en la toma de Astorga, en 1812. Defendió el cuartel de caballería de la plaza de la Cebada de Madrid, durante la retirada francesa cuando el populacho entró para saquearlo. Guardó banderas de la Guardia Real para evitar su captura por parte de los franceses.

Disfraces y sobornos

Clemente de Rojas defendió la causa de Fernando VII en la guerra de independencia y en la restitución del absolutismo en 1823. Según la relación antes citada, dio comidas gratuitas en 1811 a expósitos, desamparados y amas en la hambruna de 1811. También costeó recursos para los hospitales madrileños y organizó corridas de toros benéficas durante el conflicto bélico. Sufragó vestimenta y calzado para el ejército. Se hizo pasar por familiar de presos de los franceses para pedir su liberación, y pagó disfraces y sobornos para que algunos se fugasen. También fue prestatario de deuda pública durante las penurias económicas del reinado del ‘deseado’. Por sus servicios, obtuvo las charreteras de capitán graduado de Milicias Provinciales en 1816 y, en 1830, solicitó, ya siendo teniente coronel, el ascenso a coronel por sus servicios contra los constitucionalistas.

Retrato idealizado de Clemente Rojas

Retrato idealizado de Clemente Rojas ubicado en el palacio de Montarco de Ciudad Rodrigo (Fuente: Juan Manuel Melgar)

Un retrato alegórico de Rojas ubicado en el Palacio de Montarco de Ciudad Rodrigo lo muestra ataviado con uniforme de la Orden Pontificia de la Espuela Dorada, así como distintas condecoraciones (cruz de distinción del 2 de mayo, medalla de defensa de Tarragona, medalla de la batalla de Almonacid, medalla del ejército de reserva de Andalucía, la estrella de la Legión de Honor francesa, la Lis de Francia, la insignia Escudo de la Fidelidad y el escudo de los Defensores del altar y leales al trono y soberanía del Rey). Solo hay constancia de hechos de armas en el 2 de mayo, señala Alfonso de Ceballos-Escalera en una semblanza del personaje en la revista Cuadernos de Ayala.

A pesar de sus evidentes méritos públicos, su figura muestra ángulos más difusos. Si bien fue un ferviente absolutista fernandino, aprovechó la estrategia desamortizadora del período josefino para adquirir a precio de ganga bienes inmuebles. Según prolija documentación del Archivo Histórico Nacional, llegó, entre otros, a numerosos acuerdos con Juan Manuel Usátegui, marqués de Usátegui, barón de Benicasim y de la Pobla Tornesa, vizconde de la Rambla, por los que actuó como intermediario inmobiliario y obtuvo la cesión de las escrituras de propiedad de terrenos, casas y hasta una fragua, en Madrid, Sacedón, Alcalá de Henares y Móstoles.

Estos documentos entroncan con un oficio de la Junta Suprema de Reintegros, fechado en 1820, que muestra cómo Rojas fue juzgado por la Audiencia Territorial de Madrid por la compra de bienes nacionales del Gobierno de José I. En esa relación constan varias fincas del lugar de Vaciamadrid (las correspondientes a Calvario, Campillo Alto y Bajo, Palomarejo, Sopeña, Soto de San Esteban, Cerros Grandes, Hondonadas y Tuña Calba), cuyos apeos se habían establecido en 1793. En los siguientes años, la documentación disponible muestra los enfrentamientos en los tribunales por el establecimiento de linderos con sus vecinos y con Arganda del Rey por los derechos de este municipio a apacentar el ganado en las tierras del empresario gaditano. Este tipo de conflictos eran comunes en la zona, pues los vedados de caza, pesca y pasto habían sido una constante desde la Edad Media.

Fábrica de tejas

El 9 de julio de 1824, Rojas culminó su operación de ascenso social al comprar a Eusebio de los Heros el título de conde de Montarco de la Peña Badija, por 300.000 reales de vellón, según el archivo condal. Este era sobrino de Juan Francisco de los Heros, noble godoyista y afrancesado, miembro del Gobierno de José I y muy beneficiado del proceso de desamortización realizado en el período, adquiriendo enormes propiedades en distintas zonas de España. Tras la derrota francesa, se procedió a la confiscación de sus bienes y su posterior venta, por licencia de Carlos IV a Juan Francisco para la venta de dicho título. Clemente no ostentó oficialmente el título, sino que se lo entregó a su hijo, Manuel de Rojas, probablemente para evitar pagar los impuestos derivados al mismo (tributos a los que tuvo que responder su nieto para no perder el título).

Escritura de creación de fábrica de tejas en Vaciamadrid en 1832

Escritura de creación de fábrica de tejas en Vaciamadrid en 1832 (Fuente: Diario de Rivas)

En la década de 1830, Rojas era el propietario más importante del Vaciamadrid que hoy conocemos y se convertiría en alcalde. Desde hacía algunos años, el pueblo carecía de ayuntamiento porque no había personas suficientes para ostentar responsabilidades municipales (en 1828, apenas contaba con 45 habitantes). Y es que, tal y como sostiene Juan Manuel Melgar, descendiente del empresario gaditano y estudioso de la historia de la familia, en conversación con Diario de Rivas, Clemente de Rojas adquirió alrededor de 1830 varias de las propiedades del último señor de Vaciamadrid, el XII conde de Altamira, Vicente Isabel Osorio de Moscoso y Álvarez de Toledo (expiró su señorío en 1834).

Así, tal y como figura en un auto de un pleito de 1836, Rojas poseía por heredamiento el término de Vaciamadrid, excepto el soto del Congosto y el de Santistevan, y un pedazo de la vega Cuelgamures. Según expedientes de 1832 y 1833, su finca constaba de 1.500 árboles, entre los que destacaban olivos y viñedos, además de amplios espacios de pasto para animales en libertad y hasta una pequeña fábrica de tejas, ladrillos y baldosas, creada en febrero de 1832, que estuvo en funcionamiento hasta los años 30 del siglo XX (Puche y Mazadiego, 2002). También hizo negocio con la piedra del río Jarama (AVM, 1836 y 1848). En ese terreno, de 5.000 hectáreas (Rojas Pardo-Manuel, 2019), estaban incluidos los restos del real sitio de Felipe II, conocido popularmente como palacio de Marizápalos, destruido según algunos historiadores en la Guerra de Independencia, pero desaparecido de la cartografía oficial medio siglo antes.

La ‘independencia’ de un pueblo

En estas circunstancias, Rojas consiguió desagregar legalmente la dependencia de Vaciamadrid de Vallecas, pasando a considerarse pueblo, aunque aún vinculado al anterior. Este hecho inició un enfrentamiento administrativo entre Vallecas y Arganda del Rey por agregarse Vaciamadrid. Por su parte, Rojas inició, por su parte, su particular ‘guerra de independencia’ en los tribunales para hacer de Vaciamadrid un municipio propio. El 2 de enero de 1834, emitió un bando por el que vedaba, a partir de octubre de 1835, a las villas limítrofes, cualquier explotación del término municipal que dominaba. Tras fracasar en un primer intento en 1839, consiguió, en 1840, tal y como reflejó el cronista de Rivas Vaciamadrid, Agustín Sánchez Millán, que la Diputación de Madrid reconociese que sería “útil y conveniente la emancipación de la villa, ya que mejorará la vigilancia de la zona y se conseguirá la disminución de robos que habían proliferado desde que no tenía ayuntamiento”. Esta jurisprudencia derivó en que, en 1845, Vaciamadrid fuera fusionado con Rivas de Jarama (su situación financiera no era la mejor, pues no se habían satisfecho para entonces las cuotas de gastos de 1843), creando un nuevo municipio, en el que representaba el mayor núcleo de población y poseía la sede municipal. No obstante, tuvo que seguir litigando en los siguientes años para que la ciudad de Madrid no explotase zonas como Cuelgamuros, Palomarejo o el Campillo. Ese año, Clemente de Rojas solicitó sin éxito el puesto de gentilhombre. Murió el 25 de junio de 1851.

Bando de Clemente Rojas

Bando de Clemente Rojas (Fuente: Asociación Cultural del Grupo de investigadores del parque lineal del Manzanares)

En sus últimos años, el empresario pasó de la cúspide de su éxito a una crisis económica importante de la que su casa no se resarció definitivamente hasta época de su nieto. Además de los naipes, los productos químicos, las explotaciones agrarias, las propiedades inmobiliarias y los ladrillos, en los años 30, Rojas se convirtió, además de en empresario minero, en importador de animales salvajes con los que proveía la Casa de Fieras de Madrid. El Archivo de Palacio registra varios pagos a Rojas por la venta de camellos, caballos, mofetas y tejones, entre otros animales, vivos o disecados. En este sentido, cabe destacar el fragmento de una crónica del crítico Vicente Araujo (1897) en ‘La España Moderna’: “Otra cosa era un tal D. Clemente Rojas (…) el tipo de viejo truchimán más acabado. Había obtenido la confianza del buen Fernando VII, quien le tuvo encargada la comisión de la adquisición de alimañas raras y fieras para la casa del Retiro. Con esto debió Rojas hacer algún dinero, pues había sido dueño de una posesión en Vaciamadrid, que no debía ser mala, teniendo en cuenta que el rey solía ir a merendar cuando había algún animal nuevo que ver. En una de estas visitas, parece que el gracioso monarca tuvo una broma de su gusto. Subió con la reina a un balcón de la casa e hizo que soltasen algunas alimañas pretextando que se habían escapado, recreándose en ver el susto de la comitiva y los desmayos de las damas”.

También fue nombrado tesorero de alumbrado de la Corte en 1833, lo que le reportó enormes deudas por impagos a finales de la década, que probablemente entronquen con la crisis económica que sufrió el municipio de Vaciamadrid en los años posteriores. En ese sentido, Araujo continúa su relato con maliciosas invectivas para el empresario (probablemente, relacionadas con la gestión de intereses comunes de Rojas y el pintor José de Madrazo en los jardines del Tívoli de Madrid), que trató de hacer negocio en el mundo cultural de la capital (trató de colocar a su hijo como uno de los grandes próceres del empresariado teatral en la capital), acusándole de encontrarse “miserable hacia el año de 1843, no lo sé; pero sí que no tenía precio para embaucar a eclesiásticos, con el fin de que le vendieran, y él pagara con dinero ajeno, obras que no debían haberse vendido, y en lo que la desamortización no tuvo parte; o para sustituir copias por originales, como sucedió en un pueblo cercano a Madrid, en que se hallaba la obra tal vez capital de Carreño, que hoy creo que se encuentra en el Museo de Berlín”. Lo señala como “subalterno” y “ladrón” (Martínez, 2018), aunque, solían denominarse en la época a este tipo de personajes como “buitres”. En todo caso, tratante de arte.

No obstante, aunque constan en el Archivo General de Protocolos operaciones de compraventa de arte por parte de Clemente de Rojas, evidentemente, ninguno de los archivos eclesiásticos que cuentan con fondos de la antigua Archidiócesis de Toledo (fragmentada en virtud del Concordato de la Santa Sede de 1851 y cuya división fue hecha efectiva en 1885; los archivos referidos son los de la capital castellano-manchega, Madrid, Getafe y Alcalá de Henares), posee facturas o inventarios en los que consten dichas operaciones fraudulentas, tal y como pudo comprobar este periódico, aun en el caso de que dichas operaciones hubieran existido. Por otra parte, este medio de comunicación ha contactado con el Kaiser Friederich Museum de Berlín, donde se exhibe un retrato de Carlos II de Carreño y con el Muzeum Narodowe w Poznaniu, de Poznan, que exhibe la Asunción de la Virgen, de este mismo autor. Ambas referencias responderían de un modo u otro a las especificaciones de Araujo en su artículo. Ninguna de las dos instituciones ha respondido a las consultas sobre la procedencia y la casuística de estas adquisiciones.

Agradecimientos: a Ana de Rojas Pardo- Manuel de Villena, Juan Manuel Melgar, el catedrático de Historia Emilio La Parra, la doctora historiadora del arte Isadora Rose-De Viejo, el doctor historiador del arte Pedro J. Martínez Plaza, la empresa Heraclio Fournier y su Museo del Naipe, la Asociación Española de Amigos del Naipe, el investigador Alberto Pérez González y la revista La Sota, el Grupo de Investigadores del Parque Lineal del Manzanares, la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio, el Archivo Histórico Nacional, el Archivo General de la Administración, la Archivo de la Nobleza, el Archivo de Palacio, el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, el Archivo de Villa de Madrid, el Archivo Municipal de Arganda del Rey, el Archivo Diocesano de Toledo, el Archivo Diocesano de Getafe, el Archivo Diocesano de Madrid y el Archivo Diocesano de Alcalá de Henares.
Bibliografía:
ARAUJO, V. (1897). Palmaroli y su tiempo. Incluido en La España Moderna. Núm. 105. Año IX. Madrid. Págs. 127-128 
Archivo de Villa de Madrid, (1847). Corregimiento, leg. XXI,  2-103-61.
Archivo de Villa de Madrid, (1836). Secretaría, leg. XXXVI,  1-216-99.
CEBALLOS, A (2017). El retrato de don Clemente de Rojas en una colección particular madrileña. Cuadernos de Ayala. Núm. 69.
MARTÍNEZ, P. (2018). El coleccionismo de pintura en Madrid durante el siglo XIX. La escuela española en las colecciones privadas y el mercado. Centro de Estudios de la Europa Hispánica –CEEH. Madrid.
PÉREZ, A. (2015). Las barajas de Madrid. Clasicismo, refinamiento y oficio en la industria naipera madrileña entre los siglos XVII y XX. Revista La Sota Asescoin. Núm. 44. Págs. 35-82. Madrid.
PÉREZ, A. (2011). El modelo Roxas-Cerdeña. Doscientos años dando juego. Revista La Sota Asescoin. Núm. 40. Págs. 34-52. Madrid.
PUCHE, O. y Mazadiego, L. F. (2002). Industrias cerámicas históricas de Madrid: hornos continuos y sus chimeneas. ETSI de Minas. Universidad Politécnica. Madrid.
ROJAS-PARDO-MANUEL, A. (2019). La carta perdida. En memoria de las condesas de Montarco. Autoedición.
SÁNCHEZ, A. (2002). Crónicas de Rivas Vaciamadrid. Mi pueblo. Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid. Rivas Vaciamadrid.
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