Rivas Vaciamadrid ha sido, históricamente, uno de los grandes núcleos de actividad del bandolerismo en la provincia de Madrid, por su proximidad a la capital y porque sus características geográficas ayudaron a convertir la zona en refugio para estos delincuentes. Diario de Rivas ha investigado en hemerotecas y archivos cómo esta actividad marcó el municipio durante siglos.
El bandolerismo fue uno de los fenómenos derivados de la descomposición del Antiguo Régimen en España. Tal y como refleja Enrique Martínez Ruiz en su libro El bandolerismo en España, el país sufría desde el siglo XVIII una crisis sistémica que alimentó este proceder. A finales de siglo, la monarquía estaba en una situación crítica, sin que el modelo político, el despotismo ilustrado, lograse responder a los anhelos de equilibrio social que iban creciendo entre los españoles. Los ejemplos más claros fueron el fracaso del intento de reparto de tierras entre jornaleros en época de Carlos III y la deficiente liberalización del precio del grano.
Además, la crisis económica era muy aguda y se podía observar en los recurrentes problemas de subsistencias que afectaban, especialmente, a la meseta central y Andalucía por su organización agraria. Por otra parte, la presión demográfica (la población había crecido y, con ella, el número de personas sin medios para ganarse la vida) había afectado profundamente a la ganadería trashumante y la industria carecía de las concentraciones de capitales suficientes para prosperar al ritmo que la de nuestros vecinos. El establecimiento de la red viaria era una empresa que se construyó lentamente y apostando por las vías de conexión entre grandes ciudades, en vez de entre distintos puntos de cada provincia. En último término, la falta de eficacia de las fuerzas del orden obligó a su militarización, aunque bajo el control del poder civil, lo que supuso la creación de la Guardia Civil en 1844.
De tal modo, personas de los espacios rurales, sin oportunidades tras las sucesivas guerras y la emergente revolución industrial, afectados por el nuevo sistema de propiedad agraria, y reprimidas ante las estrecheces que vivían en el campo, se echaron a los caminos a ganarse la vida con la delincuencia. Pasaron de ser desesperados héroes románticos del pueblo a delincuentes comunes e, incluso, terroristas. La articulación del sindicalismo y la consolidación de los nuevos cuerpos de seguridad les hizo desaparecer.
El ‘cerro de los Ladrones’
En semejantes circunstancias, no es de extrañar que Rivas Vaciamadrid (municipio creado de la fusión de los pueblos de Ribas de Jarama y Vaciamadrid en 1845) fuera uno de los puntos más importantes de la llamada ‘ruta de los bandoleros’ de Madrid, que utilizaban el camino a Valencia como vía de escape para sus fechorías. Del mismo modo, tampoco fue casualidad que la primera garita de la Benemérita en el recién estrenado pueblo se ubicara junto al telégrafo y no en el pueblo, para poder divisar las actividades criminales en los caminos. Luego, el municipio tendría dos puestos junto a lo que hoy es la carretera de Valencia. Uno de ellos, frente a la famosa cueva de Los Migueles y el otro junto al puente de Arganda (causa que da nombre a la calle del Cuartel en el municipio).
Toda una ristra de topónimos dan fe de la importancia de este fenómeno. Todavía en el término municipal de Madrid, colindante con Rivas, la hoy denominada parcela L3.UO.03, ubicada en el nuevo desarrollo de Los Cerros, en el antiguo camino al pueblo de Vicálvaro, es conocida administrativamente como ‘Ladrones’ (otra referencia del estilo es el puente del ‘Robadero’). Un espacio plagado de desniveles y desfiladeros de hasta 100 metros de alto, repleto de cuevas horadadas por el agua donde bien podían ocultarse miembros de este gremio. Otras interpretaciones sobre el término, como la del investigador Luis Bartolomé (2023), parecen contemplar que, en realidad, su nombre es una síncopa del término ‘Laderones’, por lo que no tendría que ver con el tema que tratamos. Compartiría esta nomenclatura con el arroyo del Cañaveral o de los Ladrones, en Vicálvaro y el cerro de los Ladrones de Rivas, junto a la rotonda entre la M-203, la M-206 y la M-823, y en el límite con Madrid (en su cúspide se encuentran los mojones de término municipal).
Junto a ese paso, al norte de los caminos que iban a la barca que cruzaba el río Jarama (protegida por la casa de un guarda), una empinada cuesta era la entrada de los carreteros a Ribas de Jarama (el camino de San Fernando a Ribas). Llevaba a un prado llano “a un tiro de ballesta” del pueblo (a falta de una excavación arqueológica, hay varios espacios donde se intuyen posibles estructuras ante un análisis de las características del suelo y la diferencia en el crecimiento de la vegetación) donde, presumiblemente, estaba la fuente Amarguilla, a espaldas del cerro de la Rubia y con una vista privilegiada hacia el río, los montes de Baldios y la Cañada Real de Merinas.
Los Migueles de La Amarguilla
Se trataba de un pilar donde bebían los ganados (mesteños y carreteros) el agua salobre de un manantial que desaguaba cerro abajo (frente a las actuales instalaciones de la empresa 3M). Así lo manifestaban los vecinos ripenses a los funcionarios reales encargados de realizar las Relaciones Topográficas de Felipe II de 1575 (en Ribas, en 1576), concretando que era propiedad “de los herederos que en este pueblo tienen tierras como dicho tienen” (Alvar, 1993). Es decir, de la nobleza madrileña. Este hito es importante, pues, según reza en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de Pascual Madoz -1845-, el arroyo proveniente de Vicálvaro que hoy día lleva por nombre Los Migueles, en realidad, se llamaba de Los Migueles de la Amarguilla (el redactor del diccionario lo asocia con Capanegra, del que está separado por cientos de metros de distancia). Es decir, estos individuos, supuestos bandoleros del yesar ripense con el mismo apellido, tal cual reza la memoria popular pero de los que no hay rastro documental, serían oriundos de este espacio.
Vayamos por partes. Respecto al nombre del arroyo, históricamente, se ha denominado como del Henar, del Prado, de los Huertos de la Torre y de Los Migueles, según las exhaustivas investigaciones de Luis Bartolomé, que ha publicado recientemente un libro titulado ‘Las aguas de Vicálvaro’ (2023). “El de Los Migueles es un topónimo que ha tenido carácter remontante, pues ha pasado a dar nombre a todo el arroyo, aunque recibe otras nomenclaturas previas aguas arriba. Sería propio llamarlo así en la confluencia entre el arroyo del Henar y el de Vandonlázaro -nota del redactor: Valdelázaro, entre Covibar y la colonia de Pablo Iglesias y hasta el Henar-. Desde el puente de ladrillo -otra nota del redactor: puente que se unía con el arroyo del Humilladero y alimentaba el canal del Manzanares- junto al que se decía estaba la cueva donde habitaban o se escondían”, explicó el historiador a Diario de Rivas. Ese carácter invasivo del nombre de los presuntos bandoleros sobre el arroyo se extendió al puente, al camino de la Leña, al paraje y, mucho después, hasta a algunas de las trincheras de la batalla del Jarama. Un informe realizado por el Departamento de Toponimia del Instituto Geográfico Nacional en agosto de 2023, bajo solicitud de este periódico, demuestra que no existe cartografía histórica anterior al siglo XIX conservada que cite Los Migueles como topónimo.
Por otra parte, la famosa cueva de Los Migueles se situaba tradicionalmente, según el acervo popular, en un cerro junto a lo que hoy es el kilómetro 17 de la A-3. Según trabajos del Grupo de Investigadores del Parque Lineal del Manzanares, dicha cueva fue destruida al construir el centro comercial Parque Rivas y su aparcamiento. Según un apeo de linderos del año 1761 (AVM, 1761), consultado por Diario de Rivas, dentro de Ribas de Jarama, en el sitio de Paredones, entre los Itares y el Pradillo, en la senda al paso de la Barca Vieja, había un camino denominado “de la Cueba”, vinculada con la finca homónima y susceptible de ser otro escondrijo criminal.
Las alconeras negras
Como decíamos, Madoz homogeneizaba los nombres de Los Migueles de la Amarguilla con Capanegra o Copanegra, el nombre de otro presunto bandido del que no existe documentación. El informe del IGN citado anteriormente refiere que el término Capa Negra denominaba en la cartografía desde el siglo XIX un arroyo (del que ya hablamos en profundidad al referir sus propiedades medicinales) que surgía entre los cerros del Piúl, en el valle de ‘Capanegra’, y bajaba hacia el Manzanares.
Ya en Vaciamadrid, como narraba el profesor e historiador, Santiago Rodríguez (2011), en su blog ‘Sepan Quantos’, hubo varios espacios donde los delincuentes se apostaban para controlar el paso de viajeros y mercancías que discurrían la carretera de las Cabrillas (actual carretera de Valencia), el camino de la Salmedina y el Congosto (junto a los viveros y la Escuela de Protección Civil).
En el ámbito de este pueblo, era un punto crítico la unión de los ríos Jarama y Manzanares, como narraba Manuel Fernández en 1866 en su obra ‘El Collar del Diablo (Memorias de un resucitado)’. Allí, las cuevas de Almonacid y Los Migueles eran espacios donde “los bandidos tomaban una posición estratégica sobre la carretera y sobre los caminos vecinales de los contornos”, incidiendo en la peligrosidad de los valles que ocupaban las fincas de El Porcal y el Piúl, una “selva negra” -nota del redactor, por sus famosas alamedas o alconeras negras, que han ido siendo pasto de la grafiosis y la explotación agraria- en la que campaban a sus anchas los bandidos.
Con sorna, continuaba diciendo: “La justicia de Vaciamadrid, ó temía á aquellos buenos señores, ó estaba acostumbrada á ellos, ó como ellos tenían la política de no meterse con los vecinos de Vaciamadrid, los dejaba tranquilos, y cuando sucedía algún siniestro en el puente de ladrillo y se hacía cargo de él al alcalde de Vaciamadrid, se encogía de hombros y contestaba tranquilamente: -Que los ladrones no le habían dado parte de lo que iban á hacer, que él no podía estar en todas partes, y que bastante tenía con la guerra que le daban los vecinos de su pueblo”. Es decir, que o el poderío de los bandoleros era tal que los alguaciles municipales no podían hacerse cargo de ellos, o que, quizás sobreentendiendo una realidad implícita, estos eran parte del vecindario y su economía.
La Santa Hermandad
En la parte alta del cortado conocido como El Circo, cerca del espolón de Alvende (en San Martín de la Vega) y junto al cantil frente a la casa de Compuertas, entre La Carrascosa y las Boyerizas, se halla la denominada como ‘cueva de Luis Candelas’, donde, al parecer, se refugió este bandolero madrileño de guante blanco en su sexta huida de la cárcel, después de la cuál cruzó la finca de El Porcal en dirección a San Martín de la Vega, narra el exalcalde ripense e historiador Francisco de Pablo. Candelas fue sometido a garrote vil en 1837, tras ser capturado en Alcazarén. También se asentaron en esa oquedad otros bandoleros famosos como el malacitano El Vivillo y el estepeño El Pernales.
En realidad, el asalto a los caminos de la ribera del Jarama era muy anterior al siglo XIX. Los cortados de Rivas habían estado ocupados de manera sistemática por distintas culturas para control de la actividad en el ámbito. No es casualidad que los carpetanos ocuparan la zona (ambos cerros el de Rivas y el de El Dominado), tal y como demuestra el registro cerámico, para controlar el paso de rebaños y enemigos. Sólo se puede especular que estos apostaderos funcionaran, como centros administrativos de la zona y como una herramienta disuasoria para ese merodeo del ganado y la carretería que había sido tradición en la zona, que se podía producir en este tramo de la calzada que surcaba el centro peninsular. La misma teoría se puede aplicar con la creación de la zafra musulmana ripense, ubicada en la cañada o el camino de los torrejones (Cañada Real de Merinas), que estaría militarizada para garantizar la seguridad del paso de ganados.
Del mismo modo, según las Relaciones Topográficas de Felipe II, fechada en 1575, Ribas de Jarama contaba con alcalde de la Santa Hermandad. Se trataba de un organismo corporativo a modo de milicia creado por los Reyes Católicos en las Cortes de Madrigal de 1476 y pagado por los concejos de los municipios, para perseguir criminales en el espacio rural y actuar de forma inmediata con ellos en delitos como robos, incendios y crímenes menores, mediante juicios sumarios. La aldea de Ribas, dependiente de Madrid, contaba desde 1572 con justicia y regimiento enviados desde la capital, de la que era dependiente, según las relaciones citadas. También con alguacil y regidores para impartir justicia.
‘El Gato’ y ‘El Joroba’
Cabe reseñar en este sentido que esta prolija relación de personal vinculado a la aplicación de seguridad y justicia contrasta con que la población del municipio era entonces de 25 vecinos. Según el ordenamiento de la Hermandad, esta milicia se articulaba en pueblos que contasen, al menos, con 30 vecinos. Es decir, debía haber algún tipo de interés especial desde la capital para proteger las vías de comunicación de la zona, a pesar o precisamente por su despoblamiento. De hecho, un paisaje dibujado a plumilla por el matemático e ingeniero Luis Carduchi, en 1629, a pedimento del maqués de Rivas de Saavedra, muestra, en el cerro donde se ubicaba la antigua zafra musulmana, un cadalso visible desde todo el entorno a cientos de metros de distancia, que debía ser permanente, si se reflejó como elemento representativo del municipio, así como la iglesia de San Juan Bautista y el convento de frailes mercedarios. Es decir, una señal de que, allí, la justicia se aplicaba.
Y tanto. En 1697, durante el reinado de Carlos II, Ribas de Jarama recibió parte de las asaduras del descuartizamiento al que fueron sometidos los bandoleros Pedro Benito, Mateo García y Miguel Rollán, acusados de robo de dinero y mulas, agresiones con puñales y pistolas en muchas localidades entre Madrid, Villalbilla y Villarejo de Salvanés. Si se envió a esta zona parte del cuerpo de los criminales fue como aviso para los criminales que vivían en esta zona (sobre todo, en el despoblado de Ribas de Jarama) para que supieran cuál era el destino que podían sufrir si persistían en sus actividades.
No obstante, fue el siglo XIX en el que se tuvo mayor constancia de la actividad criminal ripense. En julio de 1811, Domingo Fraga, un panadero de Vivero fue ejecutado con garrote vil porque robó, el 17 de abril, a punta de pistola y con dos compañeros, a varios grupos de vecinos de Chinchón. Un día después, robó junto al arroyo de Los Migueles a dos vecinos de Vaciamadrid con una espada larga. El 21 de abril de 1817, el oficial Juan Diego Martínez informaba de una persecución y un tiroteo en los cortados de Casa Eulogio de tropas del ejército con una banda de ‘facinerosos’ liderados por un bandido conocido como ‘El Gato’, que concluyó con un soldado herido gravemente.
Asalto al coche-correo
En abril de 1836, el alcalde de Villar del Olmo pidió ayuda a las justicias de los pueblos de Perales de Tajuña, Arganda del Rey y Vaciamadrid para atrapar a una banda de malhechores integrada por Agustín Herrera, Juan Ribera ‘el Joroba’, Justo del Valle y otros cuatro hombres por robar una escopeta y provocar altercados. Apenas un mes después, llegaba a Vaciamadrid el reclamo del alcalde de Modéjar para la captura del bandido José Mingo y su banda, que ya había sido uno de los criminales más buscados para su ejecución por garrote vil en 1821 por conspirar contra el Gobierno liberal del trienio y se había fugado de la cárcel nacional de Villa. En junio, el juzgado de Campo Real investigó el asesinato de un hombre que fue hallado tendido y sin posesiones, en el camino entre Ribas de Jarama y la ermita de la Virgen de la Torre. En septiembre, Eugenio Santamaría era puesto en busca y captura en todo el Sureste de la provincia por el robo de leña. El 14 de octubre de 1869, un convoy en dirección a Cuenca, integrado por un coche-correo y varios arrieros, fue asaltado por una banda de salteadores en el camino entre la cueva de Los Migueles y el puente de ladrillo de Vaciamadrid. En marzo de1874, dos carreteros que provenían de la fábrica de papel de Morata de Tajuña, fueron asaltados por una banda de salteadores a pie y a caballo que robaba mulas.
En 1889, los guardias civiles del puesto detuvieron a una banda de malhechores que atracaban en la zona del ventorro del Telesforo (podría tratarse del Telégrafo, pues no existe toponimia de ese hito en la cartografía histórica del municipio) y se ocultaban en Vaciamadrid. Ya en 1900, la era del bandolerismo estaba en sus últimos estertores y las fuerzas de seguridad se aplicaban con eficacia contra los ladrones. El 30 de abril, el diario republicano El País comunicaba que dos criminales, apodados ‘El Gato’ y ‘El Paleto’ fueron capturados por agentes de la Benemérita en el municipio después de cometer un robo en la carretera de Madrid. En agosto de 1903, La Correspondencia Militar, informaba de la detención de José Martín Estévez, ‘El Compare’, ladrón de mulas en Vaciamadrid, y criminal reconocido en Getafe, la Inclusa y Latina, con lo que se cerraba el ciclo del bandolerismo en el municipio definitivamente.
Agradecimientos: el equipo de Toponimia del Instituto Geográfico Nacional, el servicio de estudios históricos de la Guardia Civil, el historiador César Alcalá, el geohistoriador Luis Bartolomé, el profesor historiador Santiago Rodríguez, y José María Arévalo, de la editorial Almuzara.
Bibliografía:
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Gran trabajo, Enrique. Cuanto me alegra saber qué tenemos un gran historiador entre nosotros que ama Rivas
Rivas-Vaciamadrid, refugio de bandoleros.
¡Y que lo digas!
Gracias por el artículo al autor. Siempre se agradece aprender sobre la historía del municipio.