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Cristina Rota posa en el patio del Centro de Nuevos Creadores que lleva su nombre (©Diario de Rivas)

Decir que Cristina Rota es filósofa, pedagoga, actriz, escritora y directora se queda corto. Es maestra de actores y de actrices (de los más famosos de España). Inspiradora. Tuvo que salir de forma apresurada de su Argentina natal debido a la dictadura y a sus ideas. Hoy, esas ideas siguen con ella y, mezcladas con su pasión, son la argamasa de los cimientos de la Escuela de Interpretación Cristina Rota desde 1988. Junto a la reconocida escuela —ubicada en el barrio madrileño de Lavapiés— hay un Centro de Nuevos Creadores, una sala de teatro llamada La Mirador y un bar que suele dar pérdidas. Fiel a lo que dice de que hay que seguir siempre alerta, antes de cumplir los setenta se lanzó a la aventura y abrió una nueva sede en Rivas. En esta ocasión, para niños y adolescentes.

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La Escuela de Cristina Rota es un centro reconocido por su compromiso social. Abrir talleres de teatro en Rivas, ¿es casualidad?

No, no lo es. Rivas es como un gueto donde todo el mundo tiene alguna inquietud. La gente de allí se pelea todo lo que se puede pelear dentro de la comunidad. Todo el mundo se quiere ir a vivir a Rivas (se ríe). Yo no soy partidaria de la expansión porque sí. Tiene que tener un sentido, y más a mi edad. Un sentido ideológico, de compromiso de cambio. Hoy más que nunca me reafirmo en que hay que cambiar la educación para cambiar el mundo. La educación no son las disciplinas que estudias, sino cómo las estudias. Debería ser un canto a la vida, al conocimiento, al amor, a la palabra…, no una castración de la niñez como se plantea con las notas y la adjudicación de roles que estas imponen. Lo que he intentado hacer en el centro —y no es fácil porque tienes que encontrar a gente que ideológicamente comparta eso y que esté bien formada en esa dirección— es hacer que un ser humano una una cosa con la otra. Todo está encadenado. Hay que aprender con rigor pero el rigor no debe quitar sensualidad ni la alegría de aprender. Lo que tratan en la educación, desde el sistema, es que aprendas lo que ellos quieren que aprendas. Se estudia todo separado. No te ayudan a ser un ser pensante.

En Rivas trabajan con niños y adolescentes. ¿Eso ayuda a seguir esa línea educativa?

Justo me convencieron porque significaba trabajar con ellos. Esa es la cuna. Enseñándoles a ser grupo, a trabajar y a que uno aporte una cosa y el de al lado otra… Es como se dinamiza la sociedad. De esta manera se puede llegar a trabajar en cooperativa y a que cada uno sea responsable de sus actos. Es importante que cada grupo de niños, de adolescentes, de adultos, sea responsable de sus propias normas y que sepan que la norma es lo que te protege, no la norma por la norma que es fascismo.

El tejido asociativo en Rivas es uno de los mayores de España. ¿Qué importancia tiene eso de cara al teatro?

Todo. El teatro es la cultura. El actor, el director, el escritor, el productor…, todos somos un significante de la sensualidad, del conocimiento. La  gente te ve antes que al personaje, por lo que debemos ser más sabios que nadie. Es el concepto griego de “te doy la mano”. Estás entregando una parte tuya. El trabajo con el actor y con el niño es aprender a ver. A que ellos sepan qué compañero falta, cómo le extrañan, qué duelo viven cuando alguien falta porque falta algo en ese grupo. Les ayuda también desde pequeñitos a poner normas y a descubrir que las cosas quizás se podrían hacer de otra manera. A hablarlas.

¿Se suele pasar por las clases? ¿Qué recibe cuando lo hace?

Yo voy, sí. No voy como espía, pero casi. (Se ríe). Suelo ir cuando los profesores hacen una clase abierta. Me gusta porque en esas actividades los padres tienen que participar. No van a ver ni a mirar, sino a participar. Es importante que lo hagan porque de otra manera van a juzgar. Y los niños tienen que aprender a que no son enjuiciados. Tienen que sentir que no lo tienen que hacer ni bien ni mal. Que eso no existe. Existe que te expreses, que hagas las cosas de forma relajada sin que sea una obligación. Que busques el goce en el placer, no en el dolor. Esto último es lo que forma parte de nuestra educación y no debería ser así.

Cristina Rota

Cristina Rota (imagen: marcosGpunto)

Pero el dolor y la rabia también son sentimientos de los que surge la creación, ¿no?

Claro, claro. La creación surge de expresar todo lo que sientes. Pero es importante que desde niños aprendamos que no tenemos que sentir culpa por lo que sentimos. Tú no eres responsable de lo que sientes. Tú eres responsable de lo que dices y de lo que haces con lo que sientes, pero no de lo que sientes. Saber eso te da permiso para jugar. Todo es un juego donde se aprende a querer al otro, a respetarle. Después, ya le podremos odiar y le podremos sacar todo. Es lo que se llama encuadre. Dentro de un marco tú puedes jugar. Jugar a ser un animal, un loco, un bailarín, una persona que odia, que saca su cólera, su ira… Lo importante es que nada de lo humano te sea ajeno. Esa es la premisa.

Otra es la de trabajar desde la improvisación. ¿Qué importancia tiene esta para los chavales?

Se trabaja a partir de los juegos libres. Allí es donde cada uno te va mostrando qué tiene y qué le falta. Y tú tienes que ir rellenando. La improvisación sirve para que uno se conozca. Es un juego. Y los niños se van conociendo en el juego. Mientras más juegan, más se enmascaran, y más se disfrazan, más sacan toda la pena o la rabia. Y lo hacen sin culpa, porque…¡es el juego!

La escuela es un referente por el que han pasado un montón de generaciones de actores desde 1988. Desde Ana Torrent a Penélope Cruz, Roberto Álamo, pasando por Ernesto Alterio, Antonio de La Torre o Marta Etura. ¿Ha visto cambiar la sociedad a través de los alumnos?

Claro. Y yo he ido cambiando la pedagogía a través de las generaciones. Cuando llegué a España, hace cuarenta años, esto era otra cosa. Había un quince por ciento de parados. La gente sacaba el bocadillo en medio de la clase, destruía la institución, dejaba todo sucio… Era una pelea contra todo lo que significara autoridad porque sí. Eran reactivos, no rebeldes, porque ideológicamente no sabían para dónde ir. También había una falta de formación notable. Había desamor y mucha histeria. Estaban muy perdidos. Por todo ello siempre trabajé con un grupo de gente de psicología social. Para poder hacer una lectura de España y para ir comprendiendo. Yo venía de otra realidad  social. Las generaciones fueron cambiando paulatinamente. Tras esa, vino una etapa de desesperanza. Los jóvenes ya nacían desencantados. Empezaron a descubrir la mentira y la droga tocó bastante. Hubo que trabajar bastante sobre ello porque formaba parte de esa sustitución que hay en el desencanto. En el fondo era una búsqueda de afecto. Pero se encauzó y vino una generación muy ávida de aprender. No solo de aprender como actores, sino una generación ávida de aprehender. De pillar el conocimiento, de estudiar. Desde la generación de Alberto San Juan, de Penélope Cruz, de Juan Diego Botto, de Ernesto Alterio…, todo empezó a cambiar. Era gente a la que todo lo que ibas dando, le entraba. Sí. Ya no se sentaban a charlar. Se sentaban a leer a un poeta o a discutir sobre la sociedad actual. Eran una generación más loca, más interesante y que inspiró mucho a las siguientes. Los de después —en la que estaba por ejemplo Natalie Poza— venían muy perdidos. ¡Eso es lo maravilloso!, que vinieron muy perdidos y se fueron apasionando y encontrando. La palabra compromiso… ¡me siguen mandando cartas diciéndome: «Aquella palabra que no entendía y que ahora marca mi vida»! Y claro, vinieron generaciones en las que todos están trabajando en ese aspecto social y global. Todos creando cooperativas, todos armando grupos de teatro. No esperando a que los llamen sino generando trabajo…, generando pensamiento. Generar pensamiento. Las escuelas deben ser de pensamiento.

Cristina Rota

Cristina Rota (imagen: marcosGpunto)

¿Cómo se trabaja partiendo de esa base?

Trabajamos incentivándoles a reunirse por equipos. El trabajo nunca se da individualmente en la escuela, siempre se da por equipos. Cada uno aporta sus conocimientos, sus intereses. Hay que aprovechar lo que cada uno tiene para que rellene lo que le falta con lo del otro. Cada uno tiene algo rico que aportar. Cada uno se va formando dentro del grupo y a la vez esos equipos se tienen que mover. Nunca pueden ser estancos para que no se generen compartimientos ni élites. También apostamos por el trabajo de campo. La función social del arte es precisamente hacer un trabajo de campo en cada obra. ¿Qué estaba pasando histórica, social, cultural, económicamente…, en el momento en que transcurre la historia? Es importante saberlo, porque la historia de España es la que tiene mayor vacío en la gente. No sé por qué se enseña la historia de una forma tan superficial. Se enseñan datos, pero no se enseña a hacer síntesis de esos datos. Hay un gran bache en la historia española. Nosotros les ponemos muchas películas, muchos documentales y hacen mucho trabajo de campo. Para saber en qué país y en qué mundo vives.

Muchos no irán por compromiso al centro, sino porque saben que de allí han salido la mayoría de los actrices y actores famosos de España. ¿Hay manera de reconducir a alguien que solo tiene esa idea y que no está comprometido socialmente desde el inicio?

El compromiso…, nadie viene con un compromiso. Son uno o dos los que vienen a esta escuela porque es una escuela de pensamiento. Recuerdo a Antonio de la Torre, pero porque se lo había dicho Alberto San Juan. No obstante, siempre traen esa idea romántica, individualista, de triunfar. Del éxito. Eso se reconduce con el trabajo. No hay que explicarlo. Hay que trabajar. Se van haciendo grupos, se hace el trabajo de campo, se va viendo qué se quiere contar y se va haciendo el análisis de texto. Viendo lo social. El actor tiene que estar al servicio de que el otro comprenda lo que estás haciendo. Es un juego. Actuar es como la renuncia a ese exceso narcisista que te propone la exigencia. A partir de la exigencia tú vales un cinco y tú un ocho. Y a partir de la exigencia lo que nace también es una represión que, claro, fomenta el narcisismo. ¡Pues no! El lamerte las heridas, el llorar por dolerte demasiado por tus errores…en lugar de aprender de tus errores no es bueno. Sin en el fracaso es imposible aprender y esto es lo que van aprendiendo.

Decía antes que en los últimos tiempos han fomentado que sus alumnos no esperen «la llamada», sino que se creen sus propias oportunidades…

Es fundamental que sean responsables, que se gestionen. Que busquen lo que realmente va a ayudar en una sociedad. La cooperativa es maravillosa para dinamizar una sociedad. Imagina como te cura el narcisismo este método. De esta manera, eres responsable de lo que haces. Había un gran pensador que decía que el deseo es una mosquita que se interpone entre el espejo y tú. Esa mosquita se mueve y el deseo la va siguiendo. Así vas dejando de mirarte en el espejo. Pues eso son las metas, las tareas, los objetivos. Cuanto más social sea esa tarea, más ves la realidad y te das cuenta. Debemos de servir para algo.

Cuando buscas comentarios en internet sobre su escuela lo más destacado es la posibilidad de actuar en ‘La katarsis del tomatazo’, una obra que realizan los alumnos en las tablas de ‘La Sala Mirador

Sí. Para los alumnos es lo más valorado. Es genial. Yo no sé cómo se me ocurrió. Quizás por el país de donde vengo.

El público tira tomates a los actores en ‘La katarsis del tomatazo’ (imagen: Sala Mirador)

Surgió de preguntarnos cómo podíamos hacer para dinamizar el espacio. Cómo traer el público a la sala y que, a su vez, los alumnos tomaran contacto con el público. Quería que no creyeran que iban a la mejor escuela y que no se hiciera un gueto. Eso es individualismo puro y duro. Quería que hubiera un punto de solidaridad, de encuentro. De agradecerle al técnico, de pensar en las luces, de cuidar el vestuario. Además es importante que en la ‘La Katarsis…’ no tengan tiempo y vaya todo muy rápido. Lo he creado de manera que todos se tengan que ayudar a todos y hacerse responsables. De ahí ya salen prácticamente sabiendo de dirección, de producción, de organización…

También se habla en los foros de la “dureza” de Cristina Rota…

Dicen que soy dura porque me implico mucho, pero eso también para ellos es un referente (sonríe). Soy rigurosa con el respeto y la tarea, pero tengo mucho sentido del humor. No se puede ser dura si quieres que los demás sean sensuales. Soy rigurosa, sí. (Medita). Sí, sí. Aquí se viene a trabajar. 

La Sala Mirador y la Escuela de Interpretación Cristina Rota son un negocio familiar —Juan Diego Botto lleva la programación; María Botto, la dirección de ‘La katarsis….’, y Nur Levi está pendiente de todas las producciones— en un barrio que está dejando de serlo…

No es familiar en el sentido de que mis hijos, tanto María, como Juan, como Nur, tienen su vida. Pero sí, todos aportamos. Todos aportamos a todo. Discutimos las cuestiones y el cauce que se le dan como una cooperativa familiar sin serlo. El entorno ha sido (y es) muy importante para mí. Es el barrio, el patio, una corrala. Un espacio no acabado que el alumno tiene la posibilidad de acabar. De ahí surgió la frase que está pintada en el patio de «cuando el parlamento es un teatro, los teatros deben ser parlamentos». Ya les he pedido que traigan nuevas ideas. Cada espacio siempre puede ser mejorado pero ellos tienen que traer las ideas. Me encantó la apuesta porque todo el mundo me decía que no, pero nadie me dijo que sí, que este espacio sí. Era un espacio aislado, en un barrio. Nadie se atrevía. Y a mi me pareció ideal. No era tan fácil. No es tan fácil. Pero bueno, mira, al final fue un foco de atención y de movimiento…

Cristina Rota

Cristina Rota (imagen: marcosGpunto)

¿Algún día la «delegación» de Rivas será algo parecido? ¿Cuál es el futuro pensado para ella?

Todavía tengo que hablarlo con ellos. La verdad es que ha sido una sorpresa. Yo no pensaba que fuera a crecer tanto, pero como ha crecido en el interés, en el volumen de alumnos…cada vez hay que tener más profesores y, claro, cuesta dinero. Como es como una militancia…, lo que se puede cobrar es para que el profesor cobre. Es una tarea por amor a Rivas, porque Rivas realmente es un sitio especial. Con una ideología especial donde eso puede ser cultivable y puede crecer. Yo tengo la esperanza de seguir trabajando mucho con niños, de hacer crecer el proyecto y de poder hacer allí un centro de creación también como el de Lavapiés. Es el proyecto que más me ilusiona.

Hacéis un tipo de teatro para «aportar algo al mundo» pero que al final se ve reducido a circuitos alternativos. En alguna ocasión han dicho que el teatro no funciona por sí mismo, que es la escuela la que sustenta el proyecto…

Es que no se puede. Mira, yo no creo que con este gobierno vaya a cambiar mucho esta situación, aunque…¡menos mal que han restituido el IVA! Aun así, creo que hay que seguir haciendo y trabajando. En nuestro caso, estamos intentando que el teatro se sostenga. Estamos haciendo un truco, una trampa: muchos homenajes a autores que los alumnos no conocen. Así el teatro sirve al alumno y el alumno sirve al teatro. Ha sido curiosa la respuesta de la gente. Hemos hecho un homenaje a Mercedes Sosa y a Violeta Parra. Todos los alumnos tienen que estudiarlas, claro, con su historia y su contexto. Después homenajeamos a Marcos Ana, un gran olvidado. En mi generación era valiosísimo. Este olvido, el desapego, es ideológicamente coherente con los gobiernos que ha habido en España pero, ¿cómo es posible? ¡Se encargan de meterlos en la tumba! Si Lorca, por ejemplo, no hubiese sido tan trabajado en el resto del mundo y peleado por la propia familia no sería el Lorca potente que conocemos. Sabes que están olvidados, que los alumnos muchas veces ni los conocen, pero te das cuenta que si tú haces ese tipo de cosas resulta que viene muchísima gente. Entonces hay que estar todo el tiempo llenando el teatro con cuestiones didácticas, con revisionismo histórico. Es como una trinchera de resistencia, pero se llena. Estamos logrando que el bar se mantenga por sí mismo —que siempre da pérdidas— y que el teatro se vaya sosteniendo. Creo que es una lección para todos nosotros porque había algo de pesimismo. De pensar que no iba a cuajar. Las frustraciones sobrevuelan y te contaminan si no estás muy alerta. Hasta el día final de tu vida hay que estar muy alerta. Yo estoy muy entusiasmada con esto de restituir porque es conocer la historia a través de hechos que entusiasman. Mi tarea aquí —y la de todos los profesores— es apasionar al alumno, al joven aspirante. Una persona apasionada, madura.

Viendo su implicación, parece lejana su retirada a pesar de tener 72 años…

No, no, no. No hay retirada. Quiero además que Rivas se convierta en un centro. Cosa que nos complica un montón porque es mucho trabajo… Pero como es una tarea que hemos escogido, pues es lo mismo que le digo a los actores: «Hasta el resto de tu vida tienes que seguir estudiando, trabajando, implicándote, mirando alrededor. No te quedes en un acto con los refugiados. No. Vamos a trabajar sobre ello. Haz algo concreto». Y en Rivas creo que hay muy buen caldo de cultivo para hacerlo.

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