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Ángel Frade, frente al Centro de Salud La Paz de Rivas Vaciamadrid, donde fue médico durante más de 30 años

Ángel Frade, frente al Centro de Salud La Paz de Rivas Vaciamadrid, donde fue médico durante más de 30 años (©Diario de Rivas)

Hace unos días, Ángel Frade descubrió la placa de la calle que, desde ahora, lleva su nombre en Rivas Vaciamadrid, después de más de tres décadas de ejercer la medicina en el centro de salud La Paz (‘No eres de Covibar si no te ha atendido Ángel Frade’, bromeaba un paciente en el acto de inauguración de la inscripción). En esta entrevista, ‘el Frade’, como le gusta que le llamen sus ‘CPA’ (Clientes, Pacientes y Amigos), reflexiona sobre su trayectoria profesional, sobre la medicina, la felicidad y Covibar, el barrio donde llegó en 1991 y se quedó hasta su jubilación.

¿Qué ha hecho un médico como usted para que cientos de personas pidan que le dediquen una calle?

De todo. No pararía de contar anécdotas.

¿En qué año vino a Rivas Vaciamadrid?

En 1991.

¿Al Centro de Salud La Paz?

Sí, cuando se hizo. Luego me ofrecieron ir al Centro de Salud Santa Mónica, pero dije que no, que me quedaba aquí con mi gente. La gente del barrio. Yo siempre he querido ser médico de pueblo y aquí tenía a mi gente. Ahí arriba estaban los ricos; ahora se ha equilibrado un poco todo, pero Covibar era un barrio modesto y humilde, y yo quería quedarme aquí, con mi gente. Y así fue. He tenido aventuras como para escribir un libro.

¿Por ejemplo?

Una desfibrilación a domicilio, que salió bien. Una persona en parada cardiaca. Estaba de guardia en el centro de salud, a punto de salir; de hecho se quedaron de guardia mi exesposa y la pediatra. Me fui con la enfermera, le ‘pegamos’ tres chispazos y salió. Qué alegría. Y además era amigo mío antes. Era CPA.

Defina CPA…

Cliente, Paciente, Amigo. Clientes, porque me pagaban; pacientes, porque padecían algo, y por eso venían; y amigos, porque al final todos acababan siendo mis amigos. Yo nunca he querido que me llamen de usted, ni doctor. Yo soy el Frade. Y si preguntas por aquí, por Covibar, nadie dice ‘doctor Frade’, sino ‘El Frade’. Igual que el doctor López Hernando, era don Eduardo. Y le han puesto en la calle Eduardo López Hernando. Y se lo dije al alcalde el otro día: ‘Ponedle delante el doctor’. Es una calle sin números, y no va a molestar mucho a nadie, pero creo que sería mejor ponerle ‘Doctor Eduardo López Hernando’.

¿Él fue su predecesor?

Él vino aquí de médico rural, de pueblo. Cuando vino a este centro, se quedaba en el pueblo por las mañanas y a última hora venía de 13 a 14 horas, a Covibar. Yo llegaba un poco antes de las 14 para ver si coincidíamos. Como se fue abajo, al consultorio del pueblo, venía aquí a darle cercanía a la gente. Era un gran tipo, un gran médico. Él hizo la oposición de médico rural; se dedicó a estudiar, se lo curró. La residencia la tuvimos que inventar entre unos cuantos con la filosofía de recuperar el antiguo médico de cabecera, y sobre la marcha le dimos el contenido los propios residentes, que tuvimos que organizarnos la vida para hacer una rotación por diferentes servicios y luego un año en un centro extrahospitalario, un centro de salud. Todo eso en tres años. Y nos organizamos las rotaciones nosotros, hablando con los distintos jefes de servicio. Yo estuve en Puerta de Hierro, en La Paz y en el Gregorio Marañón. Y nos organizamos las rotaciones. Y el último año, extrahospitalario, resulta que el centro de salud no lo habilitaban en Pozuelo, tenían que hacer obra… Y estuvimos 6 meses sin hacer nada. Yo, para entretenerme, me iba al hospital, a Urgencias: me dije: algo aprenderé, algo ayudaré.

Ángel Frade recibe una ovación durante el acto de inauguración de la calle que lleva su nombre en Rivas Vaciamadrid

Ángel Frade recibe una ovación durante el acto de inauguración de la calle que lleva su nombre en Rivas Vaciamadrid (©Diario de Rivas)

¿Qué recuerda de aquella época?

Había una cardióloga en Puerta de Hierro, que luego ha estado en el Hospital de Arganda, que estaba embarazada de gemelos. Y en las guardias, cuando yo coincidía con ella, le decía: ‘Tú, ni te levantes’. Y yo veía a mis pacientes y a los suyos, y se acuerda mucho de eso.

¿Y cuando llegó a Covibar, qué se encontró?

Aquí no vine de primeras. Salí de Puerta de Hierro, tuve que refugiarme en el servicio de Urgencias de la Seguridad Social, y tuve algunas aventuras. Me abrieron expediente por abandono de servicio…

¿Qué pasó?

Estaba en un centro de urgencias, y vino un señor a buscar un médico porque su mujer iba a dar a luz. Un niño prematuro, de kilo y medio. Y yo me fui: me monté en el coche del hombre, y me fui para allá. Cuando llegué, los atendí, envolví al crío con una toalla, y cuando llegó la ambulancia me fui con ellos. Y hasta que no lo puse en la incubadora, no los dejé. Y me dijeron que eso era abandono de servicio. Y me abrieron expediente. Me han abierto expediente dos o tres veces, ¿eh? Y no pasa nada. He salido con bien de todas partes. Estuve en el servicio de Urgencias y en la primera convocatoria que hubo en España para centros de salud yo entré directamente, con el puesto número 3, creo, por oposición, y me fui a la calle Bustarviejo, enfrente del Asador Donostiarra. Y allí estuve casi seis años: de 1985 a 1991. Y ese año ya me vine aquí, por traslado directo.

¿Se mudó entonces a Covibar?

Yo ya vivía aquí desde 1986. Fui a un chalet en avenida de la Zarzuela, me separé y me vine a Covibar. Y entonces ya pedí el traslado al centro de salud de aquí. En el primer traslado que hubo, porque no había habido más antes. Si es que a mí me ha salido todo de coser y cantar. Mis padres, que eran médicos los dos, me decían: ‘Hijo, si es que te sale todo bien’. Y yo no pongo a esto carne ni pescado ni leña: me va cuadrando. No he estado en paro un solo día de mi vida. Me he permitido alguna licencia, de trabajar en tres sitios a la vez… he hecho de todo.

¿Por ejemplo?

He dado clases a las enfermeras del San Rafael, de Salud Pública, ya que tenía la titulación para poder hacerlo. En el San Rafael de Urgencias por la noche, una sí, una no. En el centro de salud de la calle Bustarviejo, salía y luego entraba de guardia cuando tocaba. Curraba como un fiera.

¿Y cuando llegó aquí?

Aquí, además de mi trabajo en el centro de salud, ayudo a mi hermano, que es cirujano estético. Curraba por la mañana y llegaba aquí justo a trabajar, con un sandwich, puntual a las 14 horas y, si podía, un poco antes. Y salía pasadas las 21 horas todos los días. Y luego teníamos guardias aquí entonces: dos o tres a la semana. Yo salía a las 21 horas y si tenía guardia entraba a las 8, y los sábados te quedabas desde el viernes hasta el sábado a las 17 horas. Entraba el relevo, que se quedaba todo el domingo; trabajábamos como fieras. Luego los pediatras dejaron de hacer guardias y nos las quedamos los médicos de cabecera: más guardias. Y luego el sábado o el domingo me llamaban a casa…

Eso es lo que contaban los asistentes en la inauguración de la calle. Que le llamaban cualquier día, a cualquier hora…

Incluso pacientes que no eran míos. Mi teléfono siempre ha estado a disposición de todo el mundo; si alguien tiene un problema, yo estoy aquí. Siempre. Yo uso mucho la palabra ‘generosidad’. Y yo he sido generoso, solidario. Yo venía con 20 euros a trabajar, y le decía a mi mujer: ‘No me llevo más, que me lo gasto’. Llegaba uno: ‘que no puedo pagar la luz’. Pues toma. Otro: ‘Que no tengo para comer’. Toma. Le pregunto a otro: ‘¿Por qué no te has tomado la medicina?’ ‘Porque no tengo dinero para comprarlas’. Toma. Unos me lo devolvieron, otros no. Nunca lo he tenido en cuenta. Alguno, después de tres meses, me lo devolvía, y yo ni me acordaba. Porque yo procuro, por las mañanas, resetearme de las cosas que no tienen mucha importancia. Le doy al botón: ‘Olvidar todo’. Lo importante ya quedó grabado en la copia de seguridad.

¿Y qué tiene en esa copia de seguridad?

Ah… Lo más entrañable, lo más bonito. Yo me quedo con las cosas bonitas, con la gente luminosa, como dice El Arrebato. Hay que quedarse con eso.

Ángel Frade, en Covibar

Ángel Frade, en Covibar (©Diario de Rivas)

También habrá visto cosas más desagradables…

He visto de todo.

¿Cómo era Covibar, visto desde los ojos de un médico?

Una maravilla. Gente humilde, gente solidaria… Buena gente. Yo paseaba por Covibar y me saludaban con mucho cariño, y yo a ellos. De esto que te conocen en todos los comercios y conoces tú al comerciante, como en un pueblo, que era lo que yo quería. Un ambiente agradable, sin violencia; podías pasear sin miedo por la noche… Una delicia. Ahora ha cambiado un poquito, pero sigue siendo un barrio acogedor. Esa es la palabra: acogedor.

Después de jubilarse, usted no ha dejado de ser médico.

No. Y lo echo de menos.

¿Cuánto tiempo lleva jubilado?

Tres años. Me jubilé con 63, porque ya empezó a ponerse la cosa muy tensa. Esta empresa ya te ponía muchos palos en las ruedas, que no puedes mandar este análisis, no puedes recetar esto…

¿Se refiere a la Consejería de Sanidad?

Sí, a la seguridad social de toda la vida.

¿Por qué?

Porque empezaron a poner muchas pegas, mucha limitación presupuestaria. A mí me pedían cada dos por tres que explicara en qué me gastaba los cuartos. Pues en lo que me lo tenga que gastar. ‘Es que usas los medicamentos más caros…’. ‘Porque son los mejores. A ver, ¿tú qué abrigo prefieres? ¿Uno de visón o uno de popelín?’. ‘Y pides muchas radiografías, muchos análisis…’. Bueno. Esos parámetros les vienen bien, ¿no? Pues voy a poner yo otros parámetros: vidas salvadas. Gente curada y satisfecha. Días de baja, de trabajo, perdidos o no. Yo era el que más bajas tenía, pero también el que las tenía más cortas. Los demás se ‘comen’ bajas de un año o año y medio, de cuentistas, y yo no. Yo, cuando veo a un cuentista, le pregunto: ‘A ver, ¿tú me estás contando este cuento porque te hace falta, porque lo necesitas, o porque eres un cara?’. Así de claro.

¿Y eso no le acarreaba conflictos?

No se enfadaba nadie. Si es que lo necesitaban, estamos hablando de otro nivel. Ahora, si me insistían con que estaban muy mal, les respondía: ‘Tú no estás malo, y no me vengas con cuentos, que yo vivo de esto’.

¿Y ni aun así se enfadaban?

Tampoco. ¿Cómo se van a enfadar conmigo, si yo lo digo todo de buenas maneras? Y si alguno se enfada, al final se le pasa, porque al final luego le llega la necesidad, y yo no fallo nunca. Aunque se haya enfadado, o me haya llamado hijoputa, o lo que sea. Yo siempre estoy ahí, y perdono, y disculpo, y… Ni lo oigo. Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil. Es la forma de tener amigos.

Tiene unos cuantos, que han pedido una calle para usted…

Sí, y enemigos también tendré. Imagino: es muy difícil no tener enemigos en esta vida. Pero tampoco me altera mi vida.

Ángel Frade, en la inauguración de la calle que lleva su nombre en Rivas Vaciamadrid

Ángel Frade, en la inauguración de la calle que lleva su nombre en Rivas Vaciamadrid (©Diario de Rivas)

¿Qué es lo mejor de haber sido médico en Covibar?

El agradecimiento de los pacientes. El sentirme querido, que para cualquier persona, posiblemente, sea lo más importante en su vida. Todos necesitamos sentirnos queridos. Hay muchos problemas en matrimonios que no se sienten queridos. Esa es otra: al terminar la consulta, a partir de las 21 horas, era abierto hasta el amanecer.

¿Se convertía en psicólogo?

Esa, la psicología y la psiquiatría, las aprobé copiando, y son las que más he tenido que usar en mi vida profesional. Era estar abierto hasta el amanecer. ¿Eso qué quería decir? Que como las guardias las hacíamos nosotros, tenía la puerta abierta. Cuando entró el SUMMA, ya me cerraban la puerta, pero entonces, que fueron unos cuantos años, yo me traía a las guardias terapias de pareja, terapias de adolescentes, parejas que no se llevaban bien, que discutían… venían a partir de las 21 horas.

¿Al médico?

Sí. Antes iban al cura, y entonces iban al médico. Los médicos de ahora no reciben igual, y el acto de ayudar tiene que estar en el médico. Si un médico no tiene la capacidad de ayudar, que se dedique a otra cosa. Y aunque seas fontanero: hay que ayudar. Como ser humano, tienes que tener en tu ADN ayudar a los demás. No vamos a hacer como los leones, que están siempre a hostia limpia.

Volviendo a su última etapa en el centro de salud, ¿cómo la vivió?

Cuesta arriba. Porque la sanidad ha ido en descenso.

¿La sanidad pública, o toda?

Yo creo que toda, porque se ha deshumanizado. La figura humana del médico, ‘missing in combat’. Hasta los médicos de la privada te tratan como si fueras un cordero. ‘Está malo el cordero: vamos a repararlo’. ¿Y lo otro? ¿Y lo humano? Adiós, hasta luego Lucas, se perdió.

¿No se puede separar la medicina de lo humano?

Claro que no. Don Santiago Ramón y Cajal, don Gregorio Marañón, ensayista, sabía bien que no se puede separar. Yo sigo mucho a un médico malagueño en Facebook, Juan Manuel Jiménez Muñoz, también médico de familia y un poco más joven que yo. Y se mete en todos los fregaos: es un peligro público. Pero con su humanidad, demostrando que no se va a callar…

¿Usted tampoco se callaba?

Yo tampoco me callaba. Yo a los jefes les he dicho de todo. Hubo un jefe, un gerente del área que había sido residente en el centro de salud donde yo estaba en Madrid, con otro compañero, no conmigo. Y vino aquí un día y le dije: ‘¿Qué tal, chiquitín?’. Y se molestó tanto, que me estuvo buscando las cosquillas hasta que consiguió abrirme expediente.

¿Otro expediente?

Sí. Y perdió. Yo los trataba así a los gerentes: ‘Es que es el responsable de tal…’. Y yo les decía: ‘Es que no tenéis ni puta idea. Esto no se puede hacer así’. Yo les hablaba así. ¿Por qué me voy a callar? Si era verdad, y no me podían echar. Yo soy de plantilla, soy como Benzema… Y si no sacas a Benzema, pierdes. Como les pasó el otro día, que no sacaron a Benzema, y perdieron. Me alegro. Por gilipollas.

¿Qué es eso que contaban en la inauguración, sobre que recetaba un ibuprofeno y un polvo…?

Había veces que alguien llegaba y decía: ‘Esto me duele mucho’. ‘Pues tómate un ibuprofeno’. ‘¿Y no tendría yo que hacerme una resonancia, y…?’. ‘A ver, no elucubres. Deja internet, y google, y todo eso. Tú prueba y tómate un ibuprofeno, y si se te quita, bien, y si no, volvemos a hablar las veces que haga falta’. Yo tenía una paciencia de caballo percherón. Lo dice mi mujer: ‘Tienes una paciencia descomunal’. Y no. Simplemente, la dosifico. Hay que dosificarla, porque es un capital finito. Cuando entra un abuelito sordo, que no te oye bien, y que hay que repetirle las cosas quince veces, hay que desparramar paciencia. O cuando tienes que ayudarle a desvestirse porque le cuesta trabajo: paciencia. Ahora: cuando viene uno con una chuminá, le dices: ‘Esto es una chuminá. Anda, tira’. Ya está. Y les hablaba así.

¿Y se enfadaban?

Alguno se mosqueaba. Bueno. Me da igual. ‘Discútemelo. ¿Es una chuminá lo que me estás contando?’ ‘Bueno, sí’. ‘Pues ya está. Reflexiona’. La paciencia es un capital finito; no es eterna ni descomunal. Yo la dosifico. Con mis aciertos y mis errores, como todo el mundo.

Ángel Frade, en Covibar

Ángel Frade, en Covibar (©Diario de Rivas)

¿Se arrepiente de algo?

Sí. De haber fumado en la consulta.

¿Cómo se explica a los pacientes que un médico fume y beba cerveza?

También he bebido cerveza en la consulta.

¿Y cómo lo explica?

Porque la vida hay que compensarla con pequeños placeres. Ya viene llena de amarguras: así nos la entregan. Cada uno encuentra los placeres en un sitio diferente. Yo fumo, bebo. Ya está. Y soy razonablemente feliz, no porque lo sea, sino porque creo que encuentro en el camino la felicidad. La felicidad no es una meta: tú vas por el camino eligiendo. Un filósofo decía: ‘Procura, cuando camines, coger la flor de las cosas, porque es bueno coger rosas sin clavarse las espinas’. Procura cuando camines. Y ya está, y hay que ir por la vida eligiendo las flores y procurando no clavarte espinas.

Fue muy sonada la anécdota de ‘Filomena’. Cuando usted, ya jubilado, salió de su casa para atender un infarto…

Ese día se me reventaron dos placas que tenía en las piernas por fumar. Se me reventaron las piernas, y tuve que operarme después.

¿Qué distancia tuvo que recorrer?

Desde mi casa, en la calle Rododendro, hasta Santa Mónica. Pero, cuando llevaba recorridos 50 ó 60 metros, con la nieve cubriéndome 80 centímetros de pierna… Menos mal que acerté con las botas de sierra, pero fui sin mascarilla, sin gorro, sin guantes, sin abrochar el anorak… La policía hizo intento de llegar y no llegó, y yo eché a andar, porque soy así de burro. A los 50 metros se me doblaron las piernas, y ahí me quedé clavado. Vino un chaval, con un ‘snowboard’, y me ayudó a levantarme, y al llegar a la cuesta de la calle Aloe se sumó otro chaval, me sentaron en una tabla de snowboard y me empujaron por la cuesta. Cada uno me agarró de una mano y me fui deslizando pro la calle Aloe.

¿Dónde estaba el paciente?

En ‘cadiós’, en avenida de Levante. No se me olvidará nunca. Me bajaron por la calle Aloe hasta que perdió la pendiente y ya no podían arrastrarme. Intenté ponerme de pie, ayudándome con los dos; abajo en la calle Aloe vino un policía como un armario, me cargó a hombros, porque yo no podía ni pegar un saltito para subirme, y me llevó unos 30 metros hasta el coche de policía. Yo ya no sentía las piernas… Arrancan, se les sale una de las cadenas a la policía, porque tenían unas de esas de lona, tuvieron que bajarse a ponerla, llegamos a la casa… Y el hombre estaba muerto. Llevaba ya en parada 30 minutos cuando me llamaron a mí, más otros 30 o 40 que tardé yo en llegar… La hija y la mujer habían tratado de reanimarlo, y aquello no había forma de revertirlo. Detrás de mí entraron los de la UVI, que fueron los que me dieron la mascarilla, porque estaban todos con mascarilla menos yo… ¿Y sabes qué? Fui el único que abrazó a la mujer, y a las tres hijas, incluida una que estaba en una esquina y no quería hablar con nadie. Para llorar.

¿Es el peor momento que ha vivido?

Sí. Sin ninguna duda.

Y le llega ya jubilado. ¿Ni siquiera en 40 años de profesión vivió algo tan duro?

El peor de mis 40 años de profesión. Vamos, sin dudarlo. El que más me ha dolido. Por lo menos, pude consolar. Ya lo dijo Marañón: ‘El médico, curar a veces; ayudar, a menudo. Y consolar, siempre’. Don Gregorio. Mi padre me adiestró en el conocimiento de Marañón. Yo leía sus ensayos; él era de esa escuela, y me hizo heredar esa moral. Mi madre era otro tipo de médico: era un encanto, era pediatra, y trataba a todos los niños con un cariño… Todos los niños se dejaban hacer por mi madre. Se dejaban pinchar, mirar los oídos…

Ángel Frade, junto al Centro de Salud La Paz (©Diario de Rivas)

Ángel Frade, junto al Centro de Salud La Paz (©Diario de Rivas)

¿Y cómo ha recibido la noticia de la calle?

Con una alegría inmensa. Sentí que por fin alguien reconoce algo en vida, no cuando se ha muerto; una vez muerto, a nadie le importa. ¿A quién le importa? Que me hagan una calle en vida, eso es descomunal.

Junto al Santa Mónica, y eso que no quería ir allí a trabajar…

Porque era el de los ricos. Sí he ido de visita y tengo buenos amigos allí, pero yo siempre en La Paz.

Y ahora, ¿sigue siendo paciente de La Paz?

Hombre, claro. Y me pilla el Santa Mónica al lado de casa, pero yo, en La Paz. Yo sé que a la gente de aquí le habría gustado que la calle estuviera en Covibar. Pero esto tiene su gustillo, su saborcillo…

Además de la historia de Filomena, en la inauguración de la calle se contaron muchas anécdotas divertidas…

En mi consulta nunca ha faltado el humor. Yo salía a la puerta a llamar a la gente por su nombre: ‘Pasa, Pepe. Pasa, Lourdes’. Gente que a lo mejor no tenía ni cita. Yo me estudiaba la consulta el día anterior, y me la volvía a estudiar cuando llegaba. La lista de pacientes, porque podía haber cambiado. Hacía la gestión, y decía: ‘A ver, este tiene que recoger el niño a las 17.30; este cojea…’. Me sabía su vida. Cuando llegué, mi puesto estaba vacío. Y hubo gente que se quedó, gente que se fue, que no tengo nada contra ellos… Mi familia se merece compensación.

¿Y qué consejos eran los que más les daba a sus pacientes?

Follar mucho.

¿Y además de eso?

Que hicieran vida sana, en la medida en que pudieran. El que pueda fumar menos, que fume menos; el que pueda beber menos, que beba menos… Pero limitaciones duras, severas, rígidas, no. Con mucha libertad, que es el bien más preciado del ser humano. Con elasticidad. ‘Tómate esto’. ‘No, no me lo voy a tomar’. ‘Pues no te lo tomes. En vez de curarte en tres días, te vas a curar en siete’. Y sin enfadarme. Yo nunca fui un médico regañón, ni un médico terrorista.

¿Qué es un ‘médico terrorista’?

‘Como no te tomes esto, te vas a morir’: un médico que va amenazando a la gente, con que se va a morir… que no, hombre, que no. Es cuestión de que tú seas feliz y, en la medida en que puedas, cuides tu salud. Ya está.

Pero mucha gente no es feliz…

Eso es más difícil de enseñar. Yo no puedo enseñar a nadie a ser feliz. Yo solo puedo decir que miren, que lo busquen. Lo tienes que buscar tú, eso está dentro de ti. Tú vas eligiendo caminos en la vida, que tienen bifurcaciones, y si eliges mal en la bifurcación, y estás infeliz, pues ese no era el camino: da marcha atrás y elige otra ruta. Y acertarás.

O no…

Si vas observando un poquito, acertarás. Pero si andas como si estuvieras perdido, es más difícil. Y luego, si la vida no se acopla a ti, acóplate tú a la vida: es lo que hay.

¿Qué recuerdo se lleva de sus CPA?

El cariño con el que me tratan y me han tratado. Que me saluden por la calle: me encanta. Pero no por prepotencia… No, no. Al contrario: con cariño. Yo he ido por la calle y me he cruzado con una pareja, y la mujer, que se ríe mucho cuando recuerda esto, le digo: ‘Espera, espera. ¿Qué te pasa?’ ‘No, a mí nada’. ‘¿No te notas nada raro en la cara?’ ‘Sí, me he levantado con esto como adormecido?’ ‘A ver, silba’. Y se le queda la boca torcida. Y le digo: ‘Tienes una parálisis facial’. Vamos a la farmacia, saco el carné de médico para que me den las recetas, y a las 13.45 la espero en la consulta para darle las recetas, pero ya se va tomando la primera dosis. Aborté misión de ir a comprar, pero lo importante es lo importante. Y no se había dado cuenta.

Se habla mucho de su ‘ojo clínico’.

Sí, lo tengo. Mi padre me entrenó desde pequeño. Con 5 años iba a la consulta de mi padre, me ponía en la silla e iba observando. Y mi padre me ha dado mucha caña con la medicina. Me iba entrenando, como un comando. Una vez, estábamos sentados en la playa mi padre y yo. Yo tendría 16 años; no había empezado la carrera. Y de repente, como a 20 metros, había dos señoras debajo de la sombrilla, y la más mayor hace así (ladea la cabeza). Y nos miramos los dos. ‘¿Tú lo has visto?’ ‘Sí’. Salimos corriendo. Y le había dado un ictus, y lo vimos los dos. Yo fui corriendo a la Cruz Roja, en Benidorm, llamé a una ambulancia, la recogieron y al día siguiente nos dijo la hija que estaba bien porque lo habían cogido muy pronto. Eso era un médico de antes. Los médicos de ahora lo son de ocho a tres, funcionarios, y el resto del día no son médicos y están contentos de no serlo. Eso no puede ser. Eso se lleva en la sangre. Y si no lo vives así, pues no seas médico. Si estás más pendiente de que te regañen los jefes que de trabajar… Yo ahora con la pandemia no habría podido.

¿Por qué?

Esto de no ver a los pacientes, y llamarlos por teléfono… Yo he currado como un fiera. Me ofrecí en Facebook, puse mi teléfono y me llamaban de Colombia, de Paraguay, de Suecia, de Finlandia… Yo qué sé. Para pedirme ayuda. Yo llevaba como 20 casos de covid a la vez, por teléfono. Vete al hospital, tómate esto para la tos, ponte boca abajo que te estás poniendo muy malo… Y también he operado en casa.

¿Durante la pandemia?

Sí. Es que también he sido fuerte en la cirugía menor. He estado con mi hermano, y tengo mejor mano que él. La cirugía es algo mecánico, como la fontanería: si tienes un poco de cabeza, sabes lo que hay que hacer, y en lo que no conoces, no te metas; pero en lo que conoces, te metes. Yo he hecho muchísima cirugía menor aquí: algunas veces, más de 500 o 600 al año. Dos, tres al día. Algún día, en medio de la consulta, me llevaba al paciente al quirofanit, y luego echaba un trote cochinero y abreviaba: ‘Siento que hayáis tenido que esperar, pero es lo que había que hacer ahora’. Y el enfermero que trabajaba conmigo le tenía loco al pobre. Y al final se entrenó, y era una máquina trabajando. También de Covibar, como yo.

 

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