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OPINIÓN

Antonio Flórez

Antonio Flórez

Concejal de Participación Ciudadana de Rivas Vaciamadrid

Alrededor de 70 personas se dieron cita el pasado 20 de octubre en la Casa de Asociaciones de Rivas para contarse entre ellas los casos de víctimas de la represión de la dictadura franquista a lo largo de la misma. En algunos casos se trataba de las propias víctimas; en otros, de hijas o hijos, o familiares de las mismas.

Parecen muchas personas para una ciudad tan relativamente pequeña como Rivas, y sin embargo no eran todas las que pueden encontrarse aquí. La dictadura franquista duró mucho tiempo, demasiado, y a lo largo de sus más de cuarenta años de supervivencia logró torturar, matar o alterar definitivamente las vidas de cientos de miles de habitantes de este país. Quienes viven en Rivas provienen en su mayoría de otras ciudades, de otros entornos, y por eso aquí tenemos tantas historias que contar: las que trajeron consigo decenas de miles de españoles, junto con sus muebles y sus ilusiones.

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Obviamente, las historias tenían mucho en común, aunque contadas casi en primera persona adquieren la muy respetable condición de historias únicas. Por usar nombres imaginarios, a Mariano le detuvieron, torturaron en comisaría durante dos semanas y le encarcelaron después, por pertenecer a un sindicato que en los años 60 del pasado siglo comenzaba su andadura al margen de los sindicatos oficiales franquistas. Al padre de Rosa iban a buscarle a su casa, donde vivía con su familia, cada vez que iba a tener lugar alguna visita oficial de un mandatario; a veces se lo llevaban unos días a comisaría, otras bastaba con una amenazadora advertencia de que podían repetirse las palizas y otras torturas que había sufrido en una ya lejana detención. A Joaquín se lo llevaron un mal día y su hijo no volvió a saber más de él, tan sólo porque había sido maestro durante la República y había enseñado a sus alumnos y alumnas principios meramente democráticos.

¿Lo ven? Las historias se parecen en general. Pero la tristeza, la rabia contenida y el anhelo de dar a conocer lo que ocurrió en realidad, y de obtener justicia y reparación por esos hechos, son distintos. Tan distintos como vidas rotas pueden encontrarse en cada persona que cuenta su historia.

Una de las personas que intervino recordó lo que le decía una hermana suya cuando le planteaba que quería dar a conocer lo que le hicieron al abuelo de ambos poco después de terminar la Guerra Civil: «Si vas a desenterrar los huesos del abuelo sólo para que ande la gente llorando por lo que le hicieron, mejor no lo hagas. Si lo haces, que sea para que eso sirva para que se conozca y no se repita lo que le hicieron».

Y para eso es para lo que en enero de 2016 llevamos al Pleno del Ayuntamiento de Rivas una moción que buscaba la interposición de una querella propia de la Corporación en la que se pidiera la investigación y el enjuiciamiento de toda una dictadura que esclavizó, torturó y asesinó a cientos de miles de personas desde el momento mismo de la rebelión militar de Franco y los demás generales, hasta años después de la muerte del dictador, cuando todavía se proyectaba la sombra de éste en la legión de policías, jueces, políticos y funcionarios que habían medrado y ocupado puestos de poder durante la dictadura y continuaban obrando con total impunidad, como si en ella estuvieran aún.

Con aquella moción no pretendíamos solamente realizar una acción judicial, asépticamente alejada de la vida cotidiana de la ciudadanía de Rivas. Por el contrario, queríamos que todo aquello que se viese relacionado con esa acción judicial sirviera de palanca para levantar las muchas losas que la dictadura fascista de Francisco Franco puso sobre las vidas de muchas, demasiadas personas. Y que la narración de lo ocurrido durante esos negros tiempos sirviera también para explicar que lo que subyacía en aquella dictadura puede ser y es lo mismo que subyace en muchas de las acciones que los más poderosos pretenden llevar a cabo hoy.

Puede que las corbatas y camisas sean distintas, que las figuras más bien esbeltas y saludables de ciertos políticos de hoy les alejen en apariencia de los rechonchos fascistas del pasado. Pero cuando los Casados y Riveras de hoy en día hablan de los inmigrantes como si fueran basura que hay que alejar de nuestras playas, o cuando una alta funcionaria del gobierno del PP dice en voz alta «¡Que se jodan!» a las personas que protestan por el saqueo de sus pensiones, las corbatas y camisas se ensucian y arrugan, y a la esbelta línea de estos políticos les surge una panza franquista. Y es entonces el momento de reconocer en los discursos de antaño la misma caspa que salpica a ciertos discursos de hoy.

Saquemos a la luz el pasado que es obligado conocer para no repetirlo casi sin darnos cuenta. Juzguemos lo que sea condenable de ese pasado, no sólo para que no quede impune, sino también para advertencia en el presente. Y vivamos, entonces sí, con la paz y tranquilidad de saber, todas y todos, que hemos hecho lo que había que hacer.

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