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OPINIÓN

Carlos Monedero

Carlos Monedero

Hace 12 años, en Rivas, creé un grupo de vecinos en una red social. Durante 6 o 7 años todo fue positivo y útil: reinaban la empatía y el altruismo, nos ayudábamos entre nosotros, se creaban grupos de amigos, incluso hoy hay matrimonios que se conocieron en el grupo. Todo era fantástico.

Pero poco a poco fueron entrando los sesgos ideológicos y, hablando con la gente, me decían que el grupo era «el foro del mal». No entendía mucho ese calificativo, pero según pasaban los años iba entendiendo qué querían decir.

Tomamos la decisión de cortar esos conflictos, no permitiendo política, pues era lo que generaba esos problemas de odios.

Entonces los moderadores pasaron de ser magníficos a ser demonios que borran posts, que cortan la libertad de opinión, acusándoles unos de ser de un extremo y otros, del extremo contrario.

Y eso pasa cuando se modera un grupo de una red social, de mensajería instantánea, o de cualquier herramienta digital: pasas de ser querido si no moderas a ser odiado si moderas sin sesgos. Pocos se ponen en nuestra piel.

Al final se tira la toalla, pues ves que como sociedad no sabemos separar las ideologías de la empatía, y odiamos por encima del sentido común.

Y ves que en todos los lugares donde hay comunicación pasa eso: unas elecciones se convierten en un partido de forofos, y no solo dentro del terreno de juego, sino también en las gradas. Al final te vas del campo para no participar en ese maremágnum de batallas y enfrentamientos, de faltas de respeto y de peleas en el barro. Que se queden con sus odios, que personalmente no voy a alimentarlos.

Me quedo con que un día, hace ya muchos años, la empatía era lo que abundaba; un día no había «grupos del mal».

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