Parece mentira que entre poco más de 100.000 personas, las que viven en Rivas Vaciamadrid, la ciudad pueda presumir de tener como vecinos al menos tres expertos en Marte que desarrollan su labor profesional en la investigación sobre el planeta rojo. A comienzos de año te contamos la historia de Jorge Pla-García, especialista en el clima de Marte, y en estas líneas hacemos lo propio con su compañero Antonio Molina, ambientólogo y geólogo planetario, especialista en el suelo de Marte, investigador de las estaciones medioambientales que trabajan en la superficie del planeta del Sistema Solar del que más conocemos hasta la fecha.
A diferencia de Jorge Pla-García, que se mudó a Rivas hace un lustro aproximadamente, Antonio es un ripense “de cuna”. Él mismo reconoce en una extensa charla con este digital que no nació en Rivas “porque no había hospital”, pero desde pequeño ha residido en la ciudad. Durante buena parte de su infancia y adolescencia en la zona de Covibar, y desde poco después de cumplir la mayoría de edad, en una de las primeras promociones de la Empresa Municipal de la Vivienda de Rivas, en el barrio Centro. “Eso me ha permitido permanecer aquí en Rivas”, cuenta.
Molina es “hijo” de la escuela pública ripense. Cursó educación primaria en el colegio Victoria Kent y estudió secundaria y bachillerato en el instituto Duque de Rivas. De ahí, cuando todavía no había descubierto la vocación que le encaminó después a convertirse en el científico que es actualmente, se decantó por la universidad de Alcalá de Henares para su formación superior. “Aunque va como va, gracias a tener el Metro pude plantearme estudiar allí porque todo el ciclo universitario lo hice yendo en transporte público”, dice Antonio.
También eligió la universidad de Alcalá porque ofertaba una carrera relativamente nueva entonces, Ciencias Ambientales, para que sí le daba la nota media, cosa que no ocurrió con arquitectura, su primera opción. “Yo pertenezco a la cuarta o quinta promoción, y Alcalá era un referente en Ambientales en aquel momento”, cuenta. Otra de las razones por las que optó por esta carrera era el abanico de opciones profesionales distintas que ofrecía. “Es multidisciplinar, sin un objetivo muy claro, pero me sirvió, a raíz de determinadas asignaturas, para darme cuenta de que me gustaba mucho la investigación”, expone Antonio Molina.
Durante la carrera floreció su enamoramiento con Marte. “Se me iluminaron los ojos, porque sí era un apasionado del medio ambiente pero yo no había sido nunca un ‘friki’ del espacio, y cuando empecé a leer cosas sobre Marte descubrí mi pasión”, relata el investigador de Rivas.
La Antártida y su conexión con Marte
Su trabajo final de carrera fue el gran paso de Antonio Molina hacia la especialización en el planeta rojo. “Participé con un grupo de la universidad de Alcalá especializado en física y geología que trabajaba estudiando el permafrost de la Antártida y de Marte, suelos que están siempre congelados, y también hice con ellos el trabajo final”, señala.
Fruto de esta relación, Antonio se embarcó tres años seguidos en viajes a la Antártida, donde hay dos bases españolas: una del ejército y otra del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “No hay presencia permanente allí, solo en verano de allí, invierno de aquí”, cuenta Antonio.
En estas campañas, expone Molina, “lo que hacemos, básicamente, es comprobar los sensores que tenemos en varias estaciones colocados en perforaciones hechas en el suelo, y vemos gracias a ello cómo varía la temperatura y la evolución del permafrost, la parte que siempre permanece congelada porque no llega la radiación solar ni tantas variaciones atmosféricas”. Estos sensores no envían información en tiempo real, y además hay que hacer mantenimiento de ellos, por eso se siguen organizando viajes cada año hasta este punto del planeta. “Y es importante porque nos permite disponer de un registro que da lugar a una serie histórica que nos permite saber tendencias”, aclara el ambientólogo.
Antonio reconoce que, si bien la Antártida le interesaba, decidió profundizar en este proyecto porque a raíz de este trabajo el grupo se había metido en el desarrollo del sensor térmico de REMS, la estación meteorológica del rover Curiosity, que está ahora mismo en Marte.
Una beca en el Centro de Astrobiología y misiones a Marte
En paralelo a su trabajo relacionado con la Antártida, Antonio Molina decidió formarse en geología planetaria, algo a lo que se dedican muy pocas personas en el mundo. “Conseguí sacar una beca de doctorado en el Centro de Astrobiología (CAB), un organismo dependiente del CSIC, con un investigador de allí”, dice.
Esta beca de cuatro años, comenta Antonio Molina, “era muy concreta, ya que estudiaba los ambientes de Marte en el pasado, si había agua, si era habitable, etcétera”. Aquellos años, por su doctorado en hidrología enfocado en la geología marciana, hizo también varias estancias fuera de España, y trabajó en la citada misión del Curiosity como voluntario. “Cuando terminé el doctorado, me contrataron”, puntualiza.
Su siguiente labor fue el desarrollo de MEDA, el instrumento para medir la meteorología a bordo del Perseverance, el rover lanzado a Marte en la misión Mars2020 de la NASA que sigue en activo captando imágenes desde la superficie de Marte. “Participé activamente en el desarrollo, especialmente en la calibración de los instrumentos y en la ‘protección planetaria’, que básicamente consiste en evitar que lo que mandemos a la superficie del planeta esté contaminado de partículas y microorganismos terrestres”, detalla.
Posteriormente participó en otra misión de la NASA, InSight, en la que estuvo especialmente implicado: “en el aterrizaje estuve trabajando en las primeras semanas de operaciones del instrumento”, dice. Por ejemplo, Antonio, gracias a su especialización en geología planetaria, participó en la selección y caracterización de las zonas donde aterrizaron estos instrumentos.
En este detalle tan importante también está implicado para la futura misión ExoMars de la ESA (Agencia Espacial Europea), uno de los proyectos en los que trabaja en la actualidad, aunque se ha visto muy retrasado por las consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania. “La guerra retrasó la misión porque el rover se estaba mandando a Rusia para lanzarlo a finales del 2022 con una plataforma rusa, en colaboración, y la ESA cortó relaciones”, explica Antonio Molina. “Fue dramático porque muchos investigadores, incluidos rusos, habían dedicado muchos años a este proyecto”, agrega.
Los investigadores rusos están fuera del proyecto, pero no así Antonio y sus compañeros porque la misión sigue adelante con la colaboración de la NASA, si bien los plazos se han alargado mucho porque “hay que adaptar todas las piezas al nuevo lanzador, que se tiene que construir desde cero”, apunta el investigador ripense.
En este proyecto, Antonio Molina colabora en el equipo que desarrolla el espectrómetro Raman RLS, ”una poderosa herramienta para la identificación y caracterización definitiva de minerales y biomarcadores”, según el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA).
Estudio de los ambientes del pasado en Marte
Como decíamos anteriormente, junto a su trabajo en las misiones de la NASA citadas, Antonio Molina también ha dedicado buena parte de su trabajo al estudio de los ambientes pasados de Marte, “cuando el planeta era más parecido al nuestro”, puntualiza.
Para esto último, analiza todo tipo de datos que provienen de Marte, desde imágenes hasta registros de temperatura, y lleva muchos estudiando el suelo de diversos lugares de la Tierra que tienen similitudes con Marte, “lo que denominamos análogos terrestres”, apunta.
Esta labor es la que le permitió, por ejemplo, estudiar el permafrost de la Antártida, los ecosistemas subterráneos y extremadamente ácidos de Río Tinto (España); los ambientes hidrotermales de Islandia; y zonas hiperáridas como el desierto de Atacama. Además, desde la pasada primavera participa también en la campaña oceanográfica Atacama Trench Ancients, que estudia las costas de Chile.
En estos lugares, relata el científico, tanto en campañas de campo como mediante teledetección, “estudiamos estos ambientes como hábitats de organismos extremófilos (que están adaptados a vivir en condiciones extremas de temperatura, sequedad, acidez…) y compararlos con los datos que nos llegan de Marte”.
Aunque disponga de un currículo dilatado, todo lo relatado en torno a la vida laboral de este vecino ripense se ha desarrollado en un contexto laboral muy inestable, propio del sector de la investigación científica. “Enlacé contratos cortos, becas de 300 euros, sueldos de mileurista… Tuve la suerte de que mis padres me pudieron apoyar, de trabajar en otras cosas para completar cuando hizo falta y una vivienda de protección oficial”, reconoce.
Eso sí, admite también que no solo ocurre en nuestro país. “El trabajo académico es así en todo el mundo, no solo aquí, y los que trabajamos en ciencia, en general, no lo hacemos por dinero; prefiero trabajar en algo que me gusta que ganar el doble en algo que odie”, explica Antonio Molina, que llegó a plantearse marcharse de Rivas y de España.
Finalmente, gracias a que pudo optar a una plaza fija en el Centro de Astrobiología, el organismo público para el que trabaja en la actualidad, Molina pudo cumplir su deseo: seguir estudiando la geología de Marte sin tener que moverse de su ciudad, Rivas.
0 comentarios